martes, 28 de abril de 2020

Perdón y Eucaristía desde el Evangelio, no desde el Derecho Canónico...


“El sistema eclesial ha tendido a convertirse en mercado de inversiones y seguridades sacrales, poderes e influjos, al servicio de un Dios al que habíamos identificado con un tipo de administración cristiana. Por eso, es bueno que ese sistema esté fallando, desde una perspectiva de evangelio: parece normal que gran parte de los antiguos creyentes de este final del Segundo Milenio estén dejando la estructura eclesial y no quieran ser cristianos en la forma antigua.

Planificar las experiencias eclesiales en forma de mercado, buscando rentabilidad programada y dejando su gestión para una instancia superior, es decir, para unos ministros cristianos que actúan como administradores políticos o sociales del sistema, sería como pedir que otros me sustituyan en el amor del matrimonio o la experiencia familiar de comunión y amistad. 

Los ciudadanos pueden delegar el uso del dinero o las funciones de administración, en manos de gestores apropiados de la sociedad (del sistema). Pero la iglesia no es sociedad, sino comunión de personas; por eso, ella no puede delegar en nadie la gestión de sus asuntos (oración y comunicación de fe, encuentro personal y fiesta), sino que son los mismos cristianos quienes deben cultivar la fe y amor de un modo autónomo, desde la raíz del evangelio. 

Esta situación había nacido de la misma riqueza de una iglesia que se ha sentido heredera del orden imperial de Roma. Avanzando en un camino que había sido iniciado, en plano político, jurídico y militar por el imperio romano, ella ha creado una burocracia espléndida, capaz de operar de una manera unitaria en asuntos religiosos, realizando funciones de anticipación y suplencia jurídica y social, que pueden ser buenas, pero no cristianas, pues usurpan la libertad y comunión dialogal de los creyentes.

Ese tiempo de anticipación y suplencia de la iglesia clerical superior, por encima de los fieles (tomados como público) ha terminado, porque no era bueno, y porque ya no es necesario. Ella había sido modelo de organización y legalidad, incluso en plano de política. Gracias a Dios, ese estadio ha pasado y el sistema global funciona perfectamente sin ella. Por eso y, sobre todo, por fidelidad al evangelio, debe abandonar sus mediaciones y poderes diplomático-administrativos, para ser lo que es: portadora de gratuidad y encuentro personal, donde cada uno dice su palabra y todos pueden comunicarse, sin intermediarios sacrales o sociales.

El poder del perdón o de la eucaristía no lo tiene un cura ordenado, sino la comunidad de los cristianos que pueden y deben reunirse por gracia de Dios y mandato de Jesús para perdonarse, para celebrar la misa, y así lo hizo la iglesia primitiva a lo largo de dos siglos, por lo menos.

Según el rito vigente (con su Código de Derecho Canónico), para que esta celebración del perdón y de la vida, la eucaristía, tenga valor "oficial" habrá un presbítero que avale y proclame el perdón y las palabras de la misa.  Pero eso es Derecho Canónico (del malo), no es evangelio del bueno.

La disputa sobre el ministro autorizado y las discusiones legales sobre el modelo legal de absolución (individual o comunitaria) se vuelven secundarias, en la línea de las obsesivos rituales. Todo perdón humano es signo y presencia del perdón de Dios en Cristo, por encima de las leyes que impone el sistema; toda celebración cristiana de dos o tres reunidos en nombre de Jesús, desde su Palabra, ante su Pan es Eucaristía.   Más que la manera jurídicamente válida de impartirlo de celebrar el perdón y la mesa de amor de Jesús importa el perdón en cuanto tal, importa la comunión.

Pero sin un cambio radical de la jerarquía, sin una destrucción de la jerarquía como poder sacral, para volver al evangelio, no hay solución posible.”

Xabier Pikaza




lunes, 27 de abril de 2020

Una iglesia carcomida por el clericalismo y el ritualismo...



“Parece que no sabemos hacer nada sin el agua bendita de la misa, rociada sobre todo y en cualquier momento. Ya habrá tiempo para funerales; ahora toca cumplir con el deber solidario de ciudadanos y fajarse contra la pandemia, no tanto con misas (es lo fácil, lo clerical y casi lo único que saben hacer los curas) cuanto con obras de misericordia en favor de 'la carne de Cristo', que son los más pobres y desheredados.

Sacramentalismo a trote y moche. Misas como aspirinas, para tranquilizar la conciencia propia y ajena. Curas y obispos convertidos en expendedurías de misas y bendiciones desde los tejados. Cuando lo que toca es una Iglesia hospital de campaña y profundamente samaritana. 

Pero muchos clérigos sólo saben vivir del rito, que fue para lo que los formatearon. 
Sin él, no se encuentran, no viven, no se sitúan y pierden su única razón de ser.

Espero que de este tiempo de pandemia salga una Iglesia más laical (los laicos han comprobado que forman parte de un pueblo sacerdotal, aunque la clerecía les niegue el acceso al ministerio), más doméstica (la casa como corazón de la fe) y, por lo tanto, menos clerical, menos sacramentalista, menos ritualista y más centrada en la vida, más austera, más científica y menos milagrera, en definitiva más evangélica.

Si no fuese así, se la llevará el río de la historia. Porque la gente seguirá buscando espiritualidad, pero no en una institución carcomida por el clericalismo y por el ritualismo. Con bellas formas externas, pero sin corazón y sin entrañas de misericordia.”

José Manuel Vidal
(Religión Digital)

domingo, 26 de abril de 2020

Menos fidelidad a la religión, y más al evangelio...


“Con motivo de la pandemia del virus, a medida que van pasando los días, van aumentando las preocupaciones, en los ambientes clericales y eclesiásticos, por el hecho de la creciente dificultad para que la gente acuda a las iglesias.

Se multiplican las dudas y las preguntas: ¿me vale la misa que se ve en la tele? ¿me puedo confesar por teléfono? Y así sucesivamente. 

No sé si los templos se van a quedar vacíos; ni sé tampoco si habrá gente que tranquilice su conciencia viendo una misa por la tele o se piense que Dios le perdona porque habla con un cura mediante el móvil.

Sinceramente, todo eso no me preocupa gran cosa. Lo que, de verdad, me interesa y me preocupa es que, demasiados responsables y dirigentes de la Iglesia actual dan la impresión de que es más importante observar y someterse a la Religión (con sus normas y rituales) que ser fieles al proyecto de vida que nos propone el Evangelio.”

José Mª Castillo

miércoles, 22 de abril de 2020

Jesús fue a Galilea, no a Trento...


“¿Podríamos hablar de la “Iglesia vaciada”? ¿Existe una Iglesia olvidada, marginada y desfavorecida? Teóricamente, no. En la práctica, categóricamente sí. No me refiero a los deplorables y deprimentes “templos vacíos”, cada vez más desiertos, ni a las iglesias vaciadas por el coronavirus, sino a unos estratos de la estructura piramidal de la Iglesia que son relegados, postergados y reducidos al silencio. Se proclama que la Iglesia somos todos, pero se margina a no pocos en aras de unos principios 
eclesiales, que no evangélicos.

La exhortación del papa Francisco “Querida Amazonia” acaba de dar portazo o cerrojazo, como queramos llamarlo, al acceso de “varones idóneos casados” y de las mujeres a los ministerios de la Eucaristía y del Perdón.

La esperanzada propuesta de la Iglesia amazónica de acceder asiduamente a la Eucaristía se ha convertido en sueño vaciado. La Amazonia nos ha revelado y puesto en evidencia que era el territorio de los pueblos alejados, olvidados y desvaforecidos. No solamente en cuanto a tradiciones y costumbres, sino también en el aspecto eclesial. Y lamentablemente, tras el dictamen de Francisco, la Amazonia sigue formando parte de la Iglesia vaciada.

La Exhortación cae en una tremenda contradicción al presentar la figura del ministro bajo la definición del sacerdocio. Su discurso es, absolutamente, una lectura sacerdotal del ministerio. Por una parte afirma que “se requiere lograr que la ministerialidad se configure de tal manera que esté al servicio de una mayor frecuencia de la celebración de la Eucaristía, aun en las comunidades más remotas y escondidas”; y a continuación, haciendo jerigonzas teológicas, no propone ninguna solución pastoral a esta necesidad específica; ni siquiera aparece una triste mención a la ordenación de hombres casados... Queda claro que esta interpretación del ministerio ordenado impide centrar la ministerialidad en torno a las comunidades. 

La sinrazón del argumento papal llega a la total incongruencia cuando afirma la necesidad vital de la Eucaristía en las comunidades, pero no admite al sacerdocio a hombres casados para atender a miles de comunidades indígenas de la Amazonia, que seguirán quedándose sin Eucaristía. Como han señalado tantos comentaristas, Francisco considera más importante el celibato que la Eucaristía.

¿Y la Iglesia vaciada de mujeres? Sí, sí, los templos llenos; pero la Iglesia, vaciada. Se ha ensalzado y reconocido la labor que desempeñan las mujeres en la Iglesia. 
Sin embargo, se les impide acceder a puestos de alta responsabilidad en la estructura eclesial, frente al clericalismo imperante; su misión se reduce a sumisión completa a las autoridades eclesiásticas en todo y para todo. Mujeres de la Iglesia católica, unidas en el colectivo “Revuelta de mujeres en la Iglesia”, han decidido que es el momento de decir “¡Basta ya!” y denunciar la “enorme desproporción” que existe en esta institución en la que “los hombres deciden” y ellas permanecen silenciadas. Buscan la igualdad de derechos con los varones y equiparación en el desempeño de los ministerios, sin diferencias jerárquicas, precisamente por su idéntica consagración bautismal. Tienen claro que una Iglesia clericalizada y masculinizada nunca las ha representado.

Reivindicar el papel de la mujer en la Iglesia no consiste en alabar su servicio y su “abnegado aporte”, es otorgarles la igualdad real, es abrirse a la desaparición del clericalismo.

Hasta que no se logre una nueva eclesiología sinodal y se coloque en el centro a la comunidad como su eje estructurador, no se podrá superar la cultura clerical reinante. Reformar es volver a la forma original. Volver a Galilea, no a Trento.”

Pepe Mallo





lunes, 20 de abril de 2020

Seres libres y sin máscara...


“Somos seres libres e hijos de Dios. Esto significa que no debemos existir pasivamente, sino participar activamente en Su libertad creadora, en nuestra vida y en la vida de los otros, eligiendo la verdad...

Somos llamados incluso a compartir con Dios a crear la verdad de nuestra identidad. Podemos eludir esta responsabilidad jugando con máscaras, y esto nos agrada... Resulta muy fácil, según parece, agradar a todos... Pero, a largo plazo, el precio que debemos pagar y el sufrimiento son muy elevados.

El secreto de mi identidad está escondido en el amor y la misericordia de Dios.
Por consiguiente sólo hay un problema del que depende toda mi existencia, mi paz y mi felicidad: descubrirme descubriendo a Dios. Si encuentro a Dios me descubriré a mí mismo; y si encuentro mi verdadero yo, encontraré a Dios.

Esto es algo que nadie puede conseguir jamás por si solo. Y ninguno de los seres humanos, ni de las cosas creadas en el universo puede ayudarnos en esta tarea.
Sólo Dios puede ayudarme a encontrar a Dios. Sólo Él.”

Thomas Merton

sábado, 18 de abril de 2020

Necesidad de resurrección de la institución eclesiástica...


“En cuanto al uso de Internet por las instituciones religiosas, muchos obispos utilizan masivamente las nuevas tecnologías para difundir el mismo mensaje “de siempre”, medieval, incomprensible. Cuanto más se difunde, más negativo es su efecto, más crece la distancia entre el Evangelio y la cultura, más descuida la Iglesia su misión profética en el mundo de hoy. Es la hora de un gran discernimiento por parte de la Iglesia institucional.

Esta pandemia podría constituir un signo de los tiempos que llama a la Iglesia a dar un salto adelante histórico en una doble línea estrechamente relacionada: una llamada, en primer lugar, a convertirse personal e institucionalmente en Iglesia de los pobres y para los pobres, dando prioridad absoluta a la bienaventuranza y la liberación de los pobres respecto de la doctrina; una llamada, en segundo lugar, a reinventar radicalmente otro modelo no clerical-jerárquico-masculino de Iglesia y, al mismo tiempo, a renovar a fondo (no solo en lenguajes y formas superficiales) toda la teología (creencias, ritos, normas…).

Lo más probable, me parece, es que la Iglesia sea incapaz de responder a este doble y único desafío, y que, en consecuencia, la distancia entre la Iglesia y el mundo de hoy se acreciente y la crisis de la Iglesia se acentúe. El Papa Francisco está siendo un profeta mundial de una Iglesia pobre y para los pobres, pero su teología sigue siendo muy tradicional. Mientras persista ese desajuste, la reforma necesaria de la Iglesia me parece imposible.

La drástica reducción numérica de los “fieles” (que creo que acabará extendiéndose a nivel planetario) por un lado, y, por otro, la globalización de Internet exigen, efectivamente, que se repiense todo el funcionamiento y la organización de la Iglesia católica (parroquias, diócesis, Vaticano, distinción entre clérigos-laicos, exclusión de la mujer, sacramentos…). La pesadísima maquinaria clerical, vertical y centralizada es insostenible. Pero no se trata tanto de “formas de organización”, sino de modelo de religión y de Iglesia.

Y no se trata de que los “laicos” asuman “ministerios ordenados”, sino de superar la distinción entre laicos y clérigos (distinción creada por los clérigos) y, por lo tanto, entre “ministerios ordenados” y “ministerios no ordenados”, como si los primeros emanasen de “Cristo” a través de su representante sagrado (el obispo) y los segundos fuesen “mera delegación de la comunidad”. Ese esquema ya no tiene sentido. ¿Lo aprenderemos en el confinamiento? ¿Nos tendrá que enseñar esta nueva teología un coronavirus?

En esta pandemia, es muy posible que mucha gente redescubra la profunda necesidad de mirarse más a fondo a sí misma, a la naturaleza que somos, al cielo estrellado, de sumergirse en el Misterio de lo que es, de reconciliarse con sus heridas profundas, de reconocer la necesidad de cuidado y de ternura, de reinventar la economía y la política, de recuperar la paz, el respiro, el aliento a nivel personal y estructural, a nivel económico, político, planetario, de volver a sentir que todos somos uno y que solo juntos podremos salvarnos. Es muy posible que esta pandemia lleve a mucha gente a redescubrir la necesidad de la “espiritualidad” como hondura de la vida y de todo lo real, pero no creo que, al menos la inmensa mayoría, la vuelvan a encontrar en las instituciones religiosas tradicionales con sus dogmas, ritos y códigos.”

José Arregi





miércoles, 15 de abril de 2020

No fomentemos ni mantengamos piedades del disparate...



“Dime cómo es tu oración, y te diré cómo es tu Dios; o mejor: te diré cómo es tu imagen de Dios. Dime cómo es tu Dios, y te diré cómo es tu oración; o mejor: te diré cómo debería ser tu oración. Dime cómo es la oración de tu iglesia, y te diré cómo está anunciando a Dios en la cultura actual; o mejor: te diré cómo está configurando nuestra sensibilidad cristiana. Dime cómo es tu oración ante el mal, y te diré si contribuye a convertir la imagen de tu Dios en “roca del ateísmo” o en garantía de confianza inconmovible.

Cómo es posible que en nuestras oraciones sigamos invocando a Dios de manera tan injusta y desviada. Y continuamos repitiendo fórmulas y palabras que herirían la sensibilidad de cualquier madre o de cualquier padre: acuérdate, ten compasión, escucha y ten piedad…

Nunca es, ciertamente, esa nuestra intención; pero eso es lo que dicen nuestras palabras y que después, en consecuencia fatal, se traduce en nuestras prácticas: buscar convencer a Dios con intercesores y abogados, ganar su favor con ofrendas y rogativas o moverlo a compasión con sacrificios.

Curar las enfermedades de las palabras con que formulamos nuestras oraciones representa una urgencia que está llamando con fuerza a las puertas de la teología… e incluso del sentido común. Recordando a Jesús, sin escudarse en literalismos fundamentalistas y sobre todo por respeto a Dios y a la ternura de su amor infinito, no deberían valer disculpas o matizaciones, ni subterfugios lingüísticos o teológicos. No vale argumentar con que nuestras oraciones no dicen lo que significan sus palabras: “cuando pedimos no queremos pedir; cuando, a coro y de manera insistente, exhortamos a Dios para que sea compasivo y misericordioso, no pretendemos afirmar que no lo sea…”. Para no hablar de tantos textos teológicos que, escudándose de manera falsa y fundamentalista en el libro de Job, afirman que podemos rebelarnos contra Dios, pedirle cuentas, increparlo con palabras hirientes o incluso osar peores disparates, hasta la blasfemia. Con menos motivo, Karl Barth habló en alguna ocasión de “piadosas desvergüenzas”.

No puede extrañar que, hoy, a muchas personas les resulte casi imposible creer en el “dios” cuya imagen se refleja en tantas oraciones. De hecho, no oculto mi asombro de que los cristianos y sobre todo los teólogos y teólogas no sintamos la urgencia del problema y sigamos descuidando la tarea de formular nuevas oraciones, buscando palabras, fórmulas y expresiones que expresen con verdad la relación con Dios-Padre (Madre).

Crear nuevas oraciones, inventar nuevas expresiones y sugerir palabras justas puede ser un instrumento precioso para renovar la fe, avivar la esperanza e ir reconfigurando una imagen de Dios algo más acorde con el Abbá anunciado por Jesús.

Son necesarias dos cosas importantes. La primera, iniciar la renovación de los libros litúrgicos, actualizando las oraciones y haciendo la urgente revisión de las lecturas (acabo la redacción de estas páginas después de participar en la emotiva celebración papal en este extraño Jueves Santo; una vez más, he quedado estremecido de cómo es posible que sigamos proclamando lecturas que pintan a Dios dando muerte a todos los primogénitos de Egipto). La segunda, animar a los teólogos y a las mismas comunidades, para que participen en la creación de nuevas plegarias y nuevas celebraciones que vayan reconfigurando un imaginario colectivo en el respeto del nombre santo del Padre(Madre) y en el gozo de su compasión y de su ternura.”

Andrés Torres Queiruga



lunes, 13 de abril de 2020

Triunfa la vida...


“La vida triunfa cuando somos verdaderamente humanos...Cuando ves que hay muchos que siguen al pie del cañón, que no escurren el bulto, la vida triunfa.

Es gente que está dispuesta a estar al lado de quien en una UCI se debate entre la vida y la muerte, mostrando con una sonrisa, que se asoma tras la mascarilla, una ternura que nos remite al Dios que, a través de manos humanas, cuida de la Vida.

También triunfa la vida cuando alguien deja a su familia en casa para ir a trabajar al supermercado y hace que no te falte el pan de cada día, cuando las fuerzas del orden salen a la calle para impedir que la muerte se extienda con la falta de responsabilidad de los egoístas e inconscientes.

La vida triunfa cuando alguien la expone para que las constantes vitales que nos sostienen como sociedad no se apaguen definitivamente.”

Luis Miguel Modino



domingo, 12 de abril de 2020

Hagamos Pascua...


“Hoy es Pascua. Celebramos que todo pasa pero nada se pierde, que todo se mueve y se renueva como la luna y la primavera, que ninguna muerte es definitiva y ninguna vida está condenada, que la bondad y la vida triunfan a pesar, mejor, a través de todos los daños y muertes.

La fe en la resurrección de Jesús no proclama que sucedieran milagros sobrenaturales, tumba vacía y apariciones físicas, sino que la vida de Jesús, su rebeldía pacífica, su fe en el futuro, su bondad feliz no quedaron sepultadas bajo una losa fría. Y que todo paso hacia el bien, por pequeño que sea y no exento de equívocos, también es pascua de la vida, como la de Jesús.

Si tus entrañas se compadecen, si tus manos se abren, si en tu desaliento te levantas, si vuelves a confiar en el otro, si tu mirada se amplía, entonces resucitas como Jesús, como toda vida buena, como la semilla y la hoja en primavera.

Hagamos Pascua. Hagamos revivir la llama de la vida en nosotros en las muchas sombras que nos habitan, en las muchas formas en que la muerte nos hiere..”


José Arregi


jueves, 9 de abril de 2020

Una lectura real y valiente de la Pasión...





“Estamos viviendo un tiempo de pasión, una pasión que alcanza al mundo entero que puede ser mucho más terrible en los países, continentes, colectivos más desprotegidos, una pasión hecha verdad sin que nadie la esperase. Además de la gran pasión ya existente en nuestro mundo ha llegado esta nueva pasión, que nos ha cogido desprotegidos, desubicados, sin preparación previa. Un gran dolor que nos encoje el corazón y que quiero vivir con esperanza.

Hoy después de escuchar la lectura de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret ha vuelto a resonarme con fuerza la verdad de que, a Jesús, como a miles de personas en el mundo, lo mataron los poderes establecidos (políticos, económicos, religiosos).
Este es el hecho la pregunta es ¿por qué lo mataron?

No sólo porque pasó “haciendo el bien”, sanando, cuidando…sino porque trastocó los valores del sistema vigente de su cultura y su religión, porque ejerció el profetismo (que tan caro los había costado a los profetas de Israel), denunció con palabras y hechos un sistema injusto que provocaba desigualdad, expolio, explotación, exclusión… realidades que quizás eran “legales”, pero eran inmorales, defendió a todas las personas excluidas por múltiples razones, relativizó los poderes imperantes y anunció que eso no era lo que Dios quería, que en eso no consistía el culto a Dios, que ese no era el cumplimiento de la ley, sino que el poder fundante , el único poder que Dios quería era el del amor.

¿En qué consiste ese poder? Es un poder que empodera a los sin-poder, un poder que reconstruye, levanta, libera de parálisis, cegueras, sorderas, devuelve vida a quienes se creen muertos, perdona y permite empezar de nuevo, perdona y es capaz de devolver bien por mal, se deja conmover las entrañas y sale al encuentro para abrazar y celebrar, el poder de lavar los pies y servir, el poder de dar la vida libremente por ser fiel a sí mismo y a las propias convicciones, valores y creencias…

Pero la historia nos recuerda, dolorosamente, lo peligroso que es desafiar al poder dominante, relativizarlo, ponerlo en cuestión, defender hasta el final a los empobrecidos y excluidos, desenmascarar las causas de esas situaciones injustas. 

¡Cuantos miles de personas asesinadas en el mundo por defender a los últimos, por defender sus tierras y sus gentes, por des-velar las causas de la desigualdad y la violencia! Los poderes establecidos cuando se ven cuestionados se defienden. 

Según sea la calidad ética de quienes lo detentan podemos encontrarnos diversas reacciones. Las más terribles y desgraciadamente muy frecuentes pasan por el amedrentamiento, silenciamiento forzoso, y “muerte” física (si se saben impunes), y sobre todo hoy “mediáticamente” (en las “democracias”) inventando todo tipo de mentiras, bulos, calumnias…con las que se va matando la fama, el prestigio, la dignidad de las personas, “psíquicamente” rompiendo su fortaleza emocional, provocando aislamiento, vergüenza, miedo… “económicamente” expulsándolos de sus trabajos, recortándoles el sueldo cuando denuncian abusos y desfalcos…
Así fue y desgraciadamente así sigue siendo.

Y la ciudanía muchas veces somos cómplices de esas “muertes” por cobardía, por miedo, por indiferencia, inconsciencia, porque “damos rodeos y pasamos de largo”, porque nos dejamos manipular por los “voceros” de turno. Con que facilidad, igual que le pasó a Jesús, pasamos del “hosanna” glorioso al “crucifícale” o al silencio colaborador que no levanta la voz para denunciar esas muertes injustas.
¿Qué nos pasa que después de 20 siglos seguimos, en gran parte, con la misma dinámica?

Quiero hoy rendir mi especial “hosanna” lleno de gratitud a quienes están entregando su vida por amor, cuidando, sanando, acogiendo, limpiando, proporcionando alimentos, protegiendo a la población, despidiendo a quienes se nos mueren y haciendo de familiares aunque no los conozcan de nada, enterrando a los muertos y también a quienes están denunciando, desenmascarando mentiras, des-velando las causas de esta situación, tomando decisiones no siempre fáciles, ni seguras, ni siempre acertadas, ni seguramente oportunas… pero buscando el Bien Común, tratando de no dejar a nadie atrás, velando por las personas sin hogar, emigrantes, mujeres en riesgo…es decir poniendo a las personas por encima de la economía, aunque eso les atraiga el odio, ira y el desprecio de quienes preferirían poner el dinero o el poder por encima de la salud y la vida, de quienes quieren tapar las causas de la falta de medios y el desvalimiento del estado de bienestar que venimos sufriendo desde hace tiempo.

Jesús de Nazaret lo tuvo claro y lo hizo verdad por eso lo asesinaron, pero no murió para siempre, hay testigos que verifican con sus palabras y sobre todo con el cambio radical en sus vidas, que la muerte no ha sido la última palabra sobre su vida, que Jesús sigue vivo en otra dimensión, (vive en Dios) de otra manera, es él mismo, pero ya no es lo mismo. Con su resurrección (palabra con la tratan de expresar su experiencia) queda avalada también su vida, sus valores, su proyecto vital, aquello por lo que vivió y murió.

Por ello afirmamos que hoy sigue vivo en la historia, en los cuerpos de quienes viven como él amando, cuidando, denunciando, anunciando que es más importante el amor que la propia vida física porque lo que NUNCA MUERE ES EL AMOR ENTREGADO.

Y es así, aprendiendo la lección que hoy nos pone de relieve esta fiesta, como seremos testigos del Misterio de Amor que Jesús llamó Abba y que fue el gran secreto de su vida, la fuente de su profunda libertad y su gran amor hasta el final.”

Emma Martinez Ocaña.


miércoles, 8 de abril de 2020

Autenticidad en la experiencia de Dios...



“No podemos hacer experiencia del Dios de Jesús ni intentar reflexionar sobre Él-Ella al margen de la violencia, la injusticia estructural y el desamor que atraviesa hoy la vida en el planeta, sin tomar posición frente a ello, sin situarnos al lado de quienes más las padecen y también de quienes la enfrentan inventando formas de resistencia y su desmantelamiento en el corazón humano y en las estructuras socio- políticas.

¿Nos atrevemos a hablar de Dios, incluso a orar, como si los pobres y las pobres no existieran… Como si las muertes de las mujeres por violencia de género y los feminicidios en el mundo no existieran… Como si los campos de refugiados en Grecia y Turquía no fueran el grito de Dios urgiéndonos a una comensalidad abierta, a sentarnos juntos y juntas en la mesa de la vida, la universalidad de los derechos humanos y sociales y una distribución equitativa de los bienes de la tierra?

Los y las pobres nos recuerdan que existe una diferencia fundamental en la humanidad. La de aquellos y aquellas que dan la vida por supuesto y la de aquellos y aquellas para quienes hacerlo cada día es un milagro de supervivencia y resiliencia. O dicho de otro modo, la de aquellos y aquellas cuyas vidas son preciadas para la libertad del mercado, el consumo, el capital y el bienestar de unos pocos y los y las descartables, aquellos y aquellas cuyas vidas valen menos que la bala que los mata, que el banco que les desahucia, o que el balance económico de la empresa que los despide con un ERE, para relanzarse de nuevo al mercado con otro nombre y contratar personal a más bajo precio y con menos derechos. Porque ser humano hoy se sigue historizando en según se pueda comer o no comer, circular libremente por el mundo con un visado sin ningún problema o alcanzando la muerte en cualquier frontera en el intento de cruzarlas o terminando en el infierno de la trata.

Por eso la teología o la reflexión sobre el Dios cristiano no puede hacerse desde un sillón o un sermón, o al margen de los gritos y los sueños de las mujeres y los hombres de hoy, especialmente de los últimos, porque existe un vínculo inseparable entre la fe y los pobres. Un vínculo que tiene un carácter intrínsecamente cristológico. De ahí que nuestra forma de situarnos y relacionarnos con los y las pobres sea la forma con que lo hacemos con Dios mismo.

El Dios de Jesús es el dios de la historia y por tanto no nos habla al margen de ella, sino desde el espesor de los acontecimientos. Acontecimientos no sólo individuales sino también comunitarios, sociales, políticos. El Dios de Jesús no es el de los compartimentos estancos ni el de separación sagrado-profano. Al Dios de Jesús nada profundamente humano, mundano o excluido le es ajeno. Por eso siempre que la teología se desliga del mundo y no se toma en serio los problemas concretos históricos y cotidianos de la gente normal (y no de los clérigos) y especialmente de los pobres, está atentando contra la encarnación.”

Mª José Torres 

lunes, 6 de abril de 2020

La Cruz no es lo que salva...


“No es la cruz la que salva, sino aquello de lo que nos hemos de salvar. La pobre humanidad, para su gran desgracia, inventó la cruz para matar al enemigo e  hizo de ella un cruel instrumento de tortura y muerte.

Un viernes de abril, crucificaron a Jesús, por querer destruir el Templo y amenazar el orden del Imperio. Jesús fue crucificado contra la voluntad de Dios, que solo puede querer que vivamos.

Sin embargo, los cristianos entendieron la cruz de Jesús en clave cultual de sacrificio y perdón. Y llegaron a decir que, en realidad, fue Dios el que crucificó a Jesús. Pero nadie explicó nunca por qué Dios exige expiación.

¿Quién puede creer hoy en un Dios que exige expiar culpas, a veces al propio culpable, a veces al inocente en lugar del culpable? Ese dios sería un monstruo terrible.

No es esa la religión de Jesús. A Jesús no le importó el pecado sino la gente que sufría y la gente que hacía sufrir. No le importó la culpa sino la gente herida, y la gente que hería. Todo el que hiere es porque está herido, y lo que necesita es sanación, no castigo.

Los cristianos veneraron a Jesús, primero en figura de cordero, de buen pastor, de pez y de ancla. Y al cabo de trescientos años, empezaron a venerarle en figura de cruz. Y la cruz –el maldito instrumento de tortura y de muerte, impuesto por los poderosos a los sediciosos y profetas– volvió a convertirse en signo de la Vida.

Pero aún persiste el equívoco y hay que despejarlo. El Dios de la expiación nunca existió, y la religión de la expiación ha de ser borrada. El dolor no es lo que salva, sino aquello de lo que hemos de ser salvados. Y la salvación no consiste en ser absueltos de una culpa ni en expiarla, sino en ser curados de todas las heridas.
Benditos sean todos los crucificados, y malditas sean todas las cruces, también la de Jesús. Es el Hermano Herido el que nos salva. Todas las hermanas y hermanos heridos por ser buenos nos salvan, a pesar de la cruz. Por supuesto, no sin la cruz. Pero ciertamente, no por la cruz.”

José Arregi


sábado, 4 de abril de 2020

La fe no se puede utilizar como escudo...


“Las religiones se merecen, en buena medida, la mala fama que las acompaña
porque dan muestras de haberse olvidado de sus orígenes, imponen afirmaciones
dogmáticas, refuerzan los elementos identitarios singularistas y cerrados, consolidan las estructuras institucionales, enturbian -y envenenan a veces- el agua pura que mana de sus manantiales, convierten en vinagre el vino de la alegría, muestran insensibilidad ante el sufrimiento humano intentando buscarle sentido redentor en vez de aliviarlo.


La fe religiosa no puede utilizarse como escudo protector o arma defensiva, ni se
asienta en seguridad alguna, como pretenden algunos libros de autoayuda religiosa y algunos tratados apologéticos-dogmático, Implica, más bien, apertura, disponibilidad y, al no basarse en garantía alguna, un riesgo. 


La religión es un proceso, no un patrimonio doctrinal inmodificable. Por eso
debe adaptarse a los tiempos, renovar su lenguaje y la forma de vivir. Panikkar cree que las religiones no tienen el monopolio del sentido religioso de la vida. Son solo uno de los posibles soportes y transmisores. Piensa, a su vez, que no debe darse valor absoluto a la propia religión, ni utilizar sus categorías como paradigma interpretativo para comprender al otro, a la otra, a las otras religiones.”

Juan José Tamayo