“¿Podríamos hablar de la “Iglesia vaciada”? ¿Existe una Iglesia olvidada, marginada y desfavorecida? Teóricamente, no. En la práctica, categóricamente sí. No me refiero a los deplorables y deprimentes “templos vacíos”, cada vez más desiertos, ni a las iglesias vaciadas por el coronavirus, sino a unos estratos de la estructura piramidal de la Iglesia que son relegados, postergados y reducidos al silencio. Se proclama que la Iglesia somos todos, pero se margina a no pocos en aras de unos principios
eclesiales, que no evangélicos.
La exhortación del papa Francisco “Querida Amazonia” acaba de dar portazo o cerrojazo, como queramos llamarlo, al acceso de “varones idóneos casados” y de las mujeres a los ministerios de la Eucaristía y del Perdón.
La esperanzada propuesta de la Iglesia amazónica de acceder asiduamente a la Eucaristía se ha convertido en sueño vaciado. La Amazonia nos ha revelado y puesto en evidencia que era el territorio de los pueblos alejados, olvidados y desvaforecidos. No solamente en cuanto a tradiciones y costumbres, sino también en el aspecto eclesial. Y lamentablemente, tras el dictamen de Francisco, la Amazonia sigue formando parte de la Iglesia vaciada.
La Exhortación cae en una tremenda contradicción al presentar la figura del ministro bajo la definición del sacerdocio. Su discurso es, absolutamente, una lectura sacerdotal del ministerio. Por una parte afirma que “se requiere lograr que la ministerialidad se configure de tal manera que esté al servicio de una mayor frecuencia de la celebración de la Eucaristía, aun en las comunidades más remotas y escondidas”; y a continuación, haciendo jerigonzas teológicas, no propone ninguna solución pastoral a esta necesidad específica; ni siquiera aparece una triste mención a la ordenación de hombres casados... Queda claro que esta interpretación del ministerio ordenado impide centrar la ministerialidad en torno a las comunidades.
La sinrazón del argumento papal llega a la total incongruencia cuando afirma la necesidad vital de la Eucaristía en las comunidades, pero no admite al sacerdocio a hombres casados para atender a miles de comunidades indígenas de la Amazonia, que seguirán quedándose sin Eucaristía. Como han señalado tantos comentaristas, Francisco considera más importante el celibato que la Eucaristía.
¿Y la Iglesia vaciada de mujeres? Sí, sí, los templos llenos; pero la Iglesia, vaciada. Se ha ensalzado y reconocido la labor que desempeñan las mujeres en la Iglesia.
Sin embargo, se les impide acceder a puestos de alta responsabilidad en la estructura eclesial, frente al clericalismo imperante; su misión se reduce a sumisión completa a las autoridades eclesiásticas en todo y para todo. Mujeres de la Iglesia católica, unidas en el colectivo “Revuelta de mujeres en la Iglesia”, han decidido que es el momento de decir “¡Basta ya!” y denunciar la “enorme desproporción” que existe en esta institución en la que “los hombres deciden” y ellas permanecen silenciadas. Buscan la igualdad de derechos con los varones y equiparación en el desempeño de los ministerios, sin diferencias jerárquicas, precisamente por su idéntica consagración bautismal. Tienen claro que una Iglesia clericalizada y masculinizada nunca las ha representado.
Reivindicar el papel de la mujer en la Iglesia no consiste en alabar su servicio y su “abnegado aporte”, es otorgarles la igualdad real, es abrirse a la desaparición del clericalismo.
Hasta que no se logre una nueva eclesiología sinodal y se coloque en el centro a la comunidad como su eje estructurador, no se podrá superar la cultura clerical reinante. Reformar es volver a la forma original. Volver a Galilea, no a Trento.”
Pepe Mallo