lunes, 29 de junio de 2020

Desplazamiento de la religión a la vida




“La religión no está desapareciendo. Se está desplazando. Se está saliendo de los templos. Se les está escapando de las manos a los sacerdotes. Se desvincula de “lo sagrado”. Y cada día que pasa, la vemos y la palpamos más y más en “lo profano”. 


El centro de la religión ya no está “en el templo”, está “en la vida”. Y en la defensa, protección y dignificación de la vida. Además, la religiosidad está en el proyecto de vida y en la forma de vivir que cada cual asume, hace suya y pone en práctica.


Cuando la preocupación central de la religión no es el pecado, sino que es la salud de los que sufren, hay gente que se escandaliza. Justamente lo que estamos viviendo, desde hace varias semanas. Ya no se aplaude a los curas y sus ceremonias. Se aplaude a los médicos y a quienes les ayudan para superar y vencer la pandemia, el sufrimiento, el abandono de tantos enfermos.


¿Qué hacía Jesús? ¿Qué nos dice el Evangelio? Jesús no habló de templos, ni de conventos, ni organizó una religión como la que tenemos. Lo que no admite dudas es que Jesús afirma que la adoración a Dios no está asociada a un lugar determinado. Tengas templo o no lo tengas, lo importante de verdad es la honradez, la honestidad, la bondad, la lucha contra el sufrimiento y el empeño por humanizar este mundo y esta vida.”


José Mª Castillo 

viernes, 26 de junio de 2020

Teatralidad con protagonismo clerical...




“Una de las cosas más patentes, que nos ha dejado la pandemia del coronavirus, ha sido lo que nos gusta la teatralidad sagrada a quienes vamos por la vida diciendo que tenemos creencias religiosas. Porque es un hecho patente que hemos organizado nuestra religiosidad de forma que, sin darnos cuenta de lo que hacemos, en realidad practicamos el amor al prójimo (la limosna), la relación con Dios (la oración) y la austeridad de vida (el ayuno) de forma que, con esos argumentos y sus actores, hemos conseguido que funcione el gran teatro de la religión.


No estoy atacando el hecho religioso. Lo que estoy diciendo es que hemos deformado ese hecho hasta tal punto, que lo hemos convertido en un teatro. Así, ni más ni menos, lo dice el Evangelio: a los que dan limosna, a los que rezan y a los que ayunan, Jesús les dice que son “hipócritas”, si hacen esas presuntas bondades de forma que lo que pretenden es “llamar la atención” (Mt 6, 1-6. 16-18).


Téngase en cuenta que el término griego “hypokrités” designa literalmente al que es un “actor teatral”. De forma que los “hypokritai”, a los que se refiere Jesús, son personas que “no buscan el honor de Dios”, sino que en realidad lo que pretenden es lograr “su propio honor” (H. Giesen). Y de sobra sabemos que las prácticas religiosas son actuaciones adecuadas para que quien las practique sea considerado como persona generosa, piadosa y ejemplar.


Por desgracia, este tipo de personas abundan en los ambientes religiosos. Concretamente, en casi todos los ambientes de la Iglesia. 


Las catedrales vacías, las parroquias cerradas, romerías suprimidas, tantas prácticas religiosas abandonadas, seminarios y conventos en los que no entra nadie…, todo esto, que nos parece una ruina y un fracaso, ¿no es, en realidad, el zarandeo y el reclamo, que tanto venía necesitando la Iglesia, para caer en la cuenta y tomar conciencia de que ha llegado la hora de tomar en serio el Evangelio?.”


José Mª Castillo


miércoles, 24 de junio de 2020

Una caridad miope...




“Una noción miope y perversa de la caridad lleva al cristiano, simplemente, a realizar actos exhibicionistas de misericordia, actos meramente simbólicos que son expresión de simple buena voluntad. Este tipo de caridad no tiene el efecto real de ayudar al pobre: lo único que consigue es condonar tácitamente la injusticia social y contribuir a perpetuar las condiciones en que nos movemos; es decir, mantiene a los pobres en su pobreza.


Ya no es posible cerrar nuestros ojos a la miseria que abunda por doquier, en todos los rincones del mundo, incluso en las naciones más ricas. Un cristiano tiene que afrontar el hecho de que esta desgracia no es en modo alguno "la voluntad de Dios", sino el efecto de la incompetencia, la injusticia y la confusión económica y social de nuestro mundo en rápido desarrollo. 


Es un deber de caridad y de justicia para todo cristiano implicarse activamente en el intento de mejorar la condición del hombre en el mundo. Como mínimo, esta obligación consiste en tomar conciencia de la situación y formarse un criterio propio con respecto al problema que plantea. Obviamente, nadie espera poder resolver todos los problemas del mundo; pero sí debería saber cuándo puede hacer algo para ayudar a aliviar el sufrimiento y la pobreza, y ser consciente de cuándo está prestando implícitamente su cooperación a los males que prolongan o intensifican el sufrimiento y la pobreza.


En otras palabras, la caridad cristiana deja de ser real si no va acompañada de una preocupación por la justicia social.


¿De qué nos sirve celebrar seminarios sobre la doctrina del cuerpo místico y la sagrada liturgia, si no nos preocupamos en absoluto del sufrimiento, la indigencia, la enfermedad y hasta la muerte de millones de potenciales miembros de Cristo? 


Y, sin embargo, no tenemos que mirar más allá de nuestras fronteras para descubrir enormes dosis de miseria humana en los suburbios de nuestras grandes ciudades y en las zonas rurales menos privilegiadas. ¿Y qué hacemos al respecto?


No basta con meter la mano en el bolsillo y sacar unas monedas...”


Thomas Merton

lunes, 22 de junio de 2020

Necesaria desescalada de la permanencia de la Iglesia en el pasado...



“Piadosas nostalgias, fervores frustrados, devociones insatisfechas… Iglesias cerradas, profusas misas virtuales, bancos superfluos… Así veíamos a la Iglesia cultual en el periodo de mayor virulencia de la pandemia. Y ya, por fin, aunque con las debidas cautelas prescritas, las puertas de los templos han descerrajado su confinamiento y esa apertura ha abierto también nuevas expectativas: abordar con esfuerzo y valentía la delicadísima tarea de recuperación, la pretendida “desescalada”, y recalar en la tan recurrida “nueva normalidad”.


¿La tan encarecida desescalada afectará solamente a la protocolaria Iglesia ritual o también a la estancada Iglesia institucional?  Porque si se vuelve a la “normalidad”, a la rutina, a lo de siempre, ¿dónde queda la “novedad”? Una de las expresiones de origen “coronavírico” habla del “Plan de Reconstrucción”. ¿Habrá también una reconstrucción de la Iglesia, “confinada” en el pasado? ¿En qué fase se encuentra la Iglesia en esta desescalada? ¿En fase cero o está desfasada?


¿Descenderá la Iglesia de su pirámide institucional, de su primacía clerical, de su preferencia por lo ritual para integrarse en la vivencia de lo evangélico? Hay prebostes que, como los discípulos de Jesús en el momento de su ascensión, embelesados con lo sagrado, han fijado perennemente en lo celestial su obsesiva mirada. ¿Pero qué hacen ahí, pasmados, mirando al cielo? Un modelo de una Iglesia “confinada en casa”, rancia y dogmática, rehén de tradiciones fosilizadas y con un mensaje que no muerde los problemas del mundo actual.


Desescalada del clericalismo. El clericalismo reafirma la profunda brecha existente entre clero y laicos, entre hombres y mujeres, entre casados y célibes. El clero es una casta social que profana la igualdad y dignidad bautismal de los hijos e hijas de Dios. Se trata de un concepto de Iglesia cuyos objetivos son el poder, el dominio y el control sobre las personas. ¿Hasta cuándo tendremos que mantener la “distancia social” entre clero y fieles?


Desescalada de la egolatría. El clericalismo desemboca en la egolatría, en el narcisismo. La petulante superioridad de los clérigos les lleva a sentirse “diferentes” y, por consiguiente, a vestir diferente. Ya desde muy antiguo, la vestimenta se convierte en símbolo de autoridad. Así nace la “casta sacerdotal”. Presumirse consagrados y elegidos. Mirarse el ombligo.


Desescalada del ritualismo. Dicho de otra forma, desclericalizar las celebraciones, bajarse del altar donde se han encaramado. Renunciar al puesto de autoridad, al privilegio de preferencia, al erigirse guía de la asamblea, ante quien los fieles solo deben decir “amén”. El confinamiento durante este tiempo de pandemia nos ha descubierto algo no esencial en la vida cristiana: la dependencia de la mediación de los clérigos y la fría afectada y aparatosa liturgia de los templos. Nos ha enseñado que lo primordial no son los ritos, los cultos y las liturgias, sino las personas. El coronavirus nos ha brindando, Dios lo quiera, la oportunidad de replantearnos la conveniencia de instaurar un nuevo modelo de celebración sacramental. ¿Habrá llegado ya la desescalada de sustituir la misa de clero y fieles por una misa de bautizados, sin desigualdades, al uso de las primeras comunidades?


Rescatar la forma de vivir el Evangelio de las primeras comunidades cristianas. Es momento de recuperar carismas. El clericalismo se convirtió en la gran barrera para construir verdaderas comunidades ministeriales. La Iglesia debe llegar a ser una asamblea fraterna donde no existan dos clases de cristianos, los clérigos y los laicos, y donde ningún bautizado y bautizada sean discriminados.


Todo ello, para lograr el principal objetivo de la “nueva normalidad”: pasar del medieval marco clerical al evangélico nuevo marco sinodal.”


Pepe Mallo


viernes, 19 de junio de 2020

La salud de la fe urge a una revisión de las devociones piadosas...




“En la festividad litúrgica dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, no estarán de más algunas de estas sugerencias:


Los místicos de la Edad Media, sobre todo, alemanes, cultivaron de lleno esta devoción, que en el siglo XV alcanzó gran difusión en el pueblo. Pero fue en el siglo XVII cuando se reconoció oficialmente en la sagrada liturgia. En ello intervino muy directamente santa Margarita María Alacoque, nacida el 25 de julio de 1647 en la Borgoña francesa, y cuya “vida y milagros” se pierde encielada entre las pliegues de la “leyenda áurea”, con datos tales como el de que “a los cuatro años de edad, con plena conciencia y capacidad de asumir los correspondientes compromisos”, efectuó el voto de consagrar a perpetuidad su castidad a Dios. Muerto su padre, -“notario de gran prestigio en la región”, como refieren las crónicas--, ingresó la hija en un monasterio de clausura, y “el día 27 de diciembre de 1673 se le apareció Jesús, después de haberlo hecho repetidamente la Santísima Virgen María”.


En apariciones posteriores, y siguiendo con puntualidad las narraciones de la santa, cuya festividad celebra la Iglesia el 16 de octubre, le dictó las “doce promesas, que se compromete a cumplir Jesús a favor de los devotos de su imagen y advocación del Sagrado Corazón”. De entre las mismas, es imprescindible citar “mi presencia a la hora de la muerte, el premio del cielo, la protección para todas sus empresas, grabar en mi corazón el nombre de mis seguidores” y, para quienes “comulguen los primeros viernes de nueve meses seguidos, sin interrupción, mi corazón será su refugio en el ultimo momento”.


Por mi parte, y aquí y ahora, tan solo me limito a sugerir que, a la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, tal y como se nos sigue presentando y manteniendo, le falta más teología, sobrándole buenas dosis de alegorías, leyendas, promesas y revelaciones “místicas” o de las otras.


Y también, el himno de la devoción popular está más que sobrado de adjetivos rituales y ceremoniosos, con ausencia de ideas relativas al prójimo, y de nombres substantivos: “¡Corazón santo, Tú reinarás/, Tú, nuestro encanto, siempre serás/. Jesús amante, Jesús piadoso/, dueño amoroso, Dios de piedad/, Vengo a tus plantas , si Tú me dejas/, humildes quejas a presentar…”


Hay que reconocer con humildad que los autores de la letra, al igual que los de las imágenes- estampas melífluas y dulzonas, no estuvieron suficientemente inspirados cuando decidieron la redacción, predicación y evangelización tan sagrada, con la intención de desvelar y festejar algunos de los infinitos latidos de la devoción todavía tan del aprecio de parte del pueblo de Dios…


Buena oportunidad la que nos brinda la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús en el primer año del “coronavirus”, profundizando en su innegable capacidad sanadora de “sede de la inteligencia , de la voluntad y de los sentimientos”! Con lo del “reinado” y lo del “encanto”, apenas si pueden dar más de sí las estrofas, aún cuando sean tan piadosas y crédulas las intenciones.


Multitud de cantos “religiosos se hallan ayunos de arte y de teología, con absoluto abandono, o embarullamiento, de corcheas, de semicorcheas, de fusas y de semifusas…”


Antonio Aradillas 

jueves, 18 de junio de 2020

Una religión acomodada y cómoda...



“La difusión en Occidente de una espiritualidad formalista y moralista, impulsada muchas veces desde el seno de las iglesias, y asociada a la defensa de formas sociales autoritarias e injustas, dio lugar a lo que el teólogo Metz denominaba la “religión burguesa”, una enfermedad espiritual y social, que se ha ido apoderando del cristianismo, cuando es, en realidad, su caricatura manipulada: una religiosidad privatizada e intimista al servicio de los ideales conformistas de los acomodados.


Esta “religión burguesa” no fue una enfermedad que afectó solo a ciertos cristianos poco comprometidos, pues, por desgracia sigue siendo, muchas veces, la sensibilidad dominante en el seno de algunas comunidades de las iglesias occidentales, también en sus grupos aparentemente más comprometidos, desde los más activos (centrados, a veces,  más en la propaganda casi con técnicas de marketing que en la promoción de la dignidad humana) a los más contemplativos (refugiados, en ocasiones, en una vida reducida a la oración, que es una evasión de la vida real y un descompromiso con los desfavorecidos).


Es indignante la situación de discriminación de la mujer dentro de la iglesia, el laicado sigue privado de su protagonismo con muy poca influencia real en la estructura de la institución, la insuficiente garantía de los derechos humanos dentro  de la institución ha favorecido los abusos espirituales (abusos de poder manipulando la conciencia) y sexuales dentro de la misma (muchos avisan de que solo estamos conociendo la punta del iceberg), lo que reclama una verdadera reforma estructural, hay que sanear también el discurso teológico y moral en puntos como la sexualidad, liberándolo de prejuicios sexófobos, homófobos y misóginos que  siguen presentes en no pocas ocasiones en la cultura eclesial…


La religión burguesa sigue estando muy presente en el seno de la institución, por lo que, para sostener toda la labor de reforma y saneamiento urgente, necesitamos una fundamentación muy fuerte en una experiencia espiritual auténtica.


La mística remite a un camino espiritual integral que incluye y valora el cuerpo, las emociones, el cultivo de la razón, la contemplación, el compromiso ético personal, interpersonal y social en el encuentro con el Misterio.


Caminar hacia una cultura y sociedad más ecológicas, más justas, menos patriarcales, menos logocéntricas y más integrales supone recuperar la mística del Ser, la libertad y el amory para ello, la aportación del cristianismo es esencial. Salir del inmanentismo (el encerramiento en la conciencia como única realidad) hacia la transcendencia, la apertura más allá de nosotros mismos hacia el Otro y los otros, respetando su alteridad y su comunión con nosotros es la verdadera espiritualidad no-dual, trinitaria, mística.


Sin ética y compasión la iluminación es una ilusión y, para que haya ética, el otro debe ser real, la realidad debe fundamentarse en el Ser transcendente que está más allá de la conciencia. Si solo hay conciencia, el otro desaparece engullido por una espiritualidad narcisista, que no reconoce al otro su alteridad sagrada.”


José Antonio Vázquez 


domingo, 14 de junio de 2020

Ritualismo y magia sacramental...




“En la teología y en la pastoral de los sacramentos, lo que más se impone es la exacta ejecución del ritual. Eso se debe a que, en la forma fundamental de comprender la Iglesia, lo que más se cuida, lo que más se urge, es precisamente que la institución como tal, en su organización, sus poderes, sus autoridades y su imagen en bloque, todo eso, se respete, se acepte, se quiera, se defienda desde todos los puntos de vista posibles.


Semejante mentalidad, que se suele presentar como la puesta en práctica del mayor amor a la Iglesia, es en realidad el clavo ardiendo al que se agarran todos los que se afanan, más por alcanzar la "seguridad" que proporciona lo institucional, lo normativo y lo ritual bien asimilado y ejecutado, que por acercarse a la "coherencia" que viven y tienen los que se arriesgan a orientar su vida por el camino que va trazando la experiencia humana, auténticamente humana, por los desconocidos caminos de la vida.


En la religión, lo que la "magia sacramental" produce es el sentimiento de seguridad que ofrece la garantía (engañosa) que genera la exacta fidelidad y la fiel pertenencia a una institución que se considera a sí misma como el "pueblo elegido", la "religión verdadera", el "camino seguro" de la salvación.


El común denominador de todos estos sentimientos es siempre el mismo: el mecanismo oscuro de un oculto automatismo de eficacia que no se puede ni poner en cuestión.


Esto es lo que explica que muchas personas den más importancia a su fiel pertenencia a la Iglesia, que a su fiel observancia del Evangelio. Porque lo primero pertenece al orden del ritual mágico, mientras que lo segundo se sitúa en el ámbito de la experiencia arriesgada y exigente. Lo primero da seguridad, en tanto que lo segundo expone al peligro.


La confrontación de la libertad de Jesús con la observancia de los fariseos tiene en esto su exponente más conocido.


Como es lógico, quienes se aferran a la sacramentalidad mágica de su pertenencia y su sumisión a la Iglesia, necesariamente incurren en una práctica sacramental diaria que se centra sobre todo en observar exactamente las rúbricas, las normas litúrgicas y los ceremoniales, con el mayor respeto y la más estricta fidelidad. Porque a todo eso es a lo que se le atribuye la eficacia en orden a recibir la gracia que el sacramento proporciona.


De ahí, toda una eclesiología y una pastoral e incluso una espiritualidad, normalmente anquilosada en un pasado que ya poca gente entiende y que a pocos ciudadanos interesa.


Por otra parte, esto es lo que explica que haya, en algunos países, una población ampliamente "sacramentalizada", pero que no es precisamente ejemplar por su coherencia ética o simplemente por su humanidad en las relaciones que mantiene y en los distintos ámbitos de la vida en que se desenvuelve. 


La vida de una persona no cambia ni mejora por la eficacia que puedan tener sobre ella determinados rituales sagrados que, de una manera o de otra, terminan siendo rituales mágicos.


La vida de una persona cambia y mejora cuando esa persona vive experiencias que tocan en el fondo mismo de su ser y que, por eso, modifican sus afectos y sentimientos (su sensibilidad) y, de ahí, cambia también su forma de pensar, sus criterios, los valores que determinan su vida, en definitiva, todo su comportamiento.


Y es que lo decisivo, para el logro o el fracaso de una persona, no es ni la institución a la que pertenece, ni los ceremoniales que practica o los rituales a los que somete. Lo decisivo en la vida es la vida misma, la forma de vivir y de relacionarse con los demás y con la sociedad.


Es más, con bastante frecuencia, los usos ceremoniales y los ritos que la sociedad nos impone son un buen disfraz que sólo sirve para ocultar la verdad de una vida. Por eso, como bien sabemos por la experiencia, la sacramentalidad de la Iglesia, así como la práctica de los siete sacramentos, se puede convertir de hecho en el ropaje que encubre una realidad muy distinta de los que todo eso aparenta.”


Jose Mª Castillo

jueves, 11 de junio de 2020

Somos cuerpo de Dios...




“Cuando se instituyó la Fiesta del Corpus Christi hace casi 800 años, no existían todavía las ciencias modernas, ni en la Iglesia católica se toleraba la libertad de opinión. Pensaban que Dios era un Ente Supremo, otro y distinto de todos los entes del Cosmos, y que el cuerpo de Jesús de Nazaret era, en todos los tiempos de todo el universo, el único cuerpo o la única encarnación verdadera de Dios. Y creían que “el cuerpo y la sangre” de Jesús se hacían milagrosamente presentes en el pan y el vino transustanciados gracias a las palabras de consagración pronunciadas en la misa por el sacerdote. Y se contaban leyendas de hostias consagradas de las que brotaba sangre. Honraban el cuerpo de Jesús, pero despreciaban el cuerpo humano, su “carne pecadora”. Condenaban sus pobres placeres, sobre todo los de la gente más pobre.


Celebremos el Corpus de otra forma. Celebremos nuestro cuerpo, tan maravilloso y vulnerable. Cuidemos el cuerpo, sin torturarlo con nuestras obsesiones, sin someterlo a la esclavitud de nuestras modas y miedos. Respetemos como sagrado el cuerpo del otro, sin apropiarnos de él. Sintamos como propio el cuerpo del hambriento, del torturado, del refugiado enfangado o repatriado o ahogado en el mar, de la mujer violada, maltratada, asesinada. Es nuestro cuerpo. Es el cuerpo de Jesús. Es el cuerpo de Dios.


Sí, cuerpo de Dios. Dios no es un ser incorpóreo separado del mundo. No es mundo, pero no es sin mundo. Dios es como el latido íntimo, la energía originaria, la creatividad inagotable, la posibilidad infinita, la luz de la conciencia, el poder del bien, la comunión universal, la Presencia plena en cada parte en un mundo en eterna evolución. Dios es como el Alma o la Conciencia o el Todo o el Infinito emergente, que es infinitamente “más” que la suma de todas las partes que forman el mundo.


El mundo es realidad abierta a posibilidades infinitas. Y Dios es la apertura del Infinito en un mundo abierto. O el Futuro Infinito presente más allá de nuestras categorías espaciales y temporales. Es. Son metáforas de Dios. Dios es como el alma del mundo y todo el mundo es como cuerpo de Dios. No hay Dios sin cuerpo, ni cuerpo sin Dios. Somos en El/Ella. Es en nosotras/os, infinitamente más que un Tú separado. Toma cuerpo en el trigo que espiga o en la viña que florece en los campos de Olite, en la promesa de amor o en la oración del peregrino en la ermita de Eunate.


Y en ti, amiga, amigo, en tu cuerpo que eres tú, tan efímero pero habitado por el  

Infinito, el Eterno. Tú también, como Jesús, en comunión con todo el universo en movimiento y evolución, eres cuerpo de Dios. El Infinito se manifiesta y emerge de ti. Acoge su misterio, déjate acoger por el Infinito en ti, deja que suba desde el fondo de ti la voz que te dice: “Te amo”. Haz que Dios sea y entonces serás. Sé cuerpo, metáfora de Dios. Celebra, cuida, sé cuerpo de Dios, epifanía carnal de la Ternura infinita.”


José Arregi

lunes, 8 de junio de 2020

No hay compasión sin justicia...


“No hay compasión sin reconocimiento de la dignidad de los seres humanos. La compasión debe traducirse en indignación por la negación de la dignidad de las personas más vulnerables, de las clases sociales explotadas, de los grupos humanos discriminados y de los pueblos oprimidos, y en defensa de la dignidad de quienes se ven privados de ella.

No hay compasión sin igualdad y justicia de género. La compasión implica luchar contra las desigualdades de género, etnia, cultura, religión, clase y las discriminaciones en función de las identidades sexuales, y por la construcción de una sociedad igualitaria, no clónica, de hombres y mujeres, pero no conforme a igualdad con las conductas patriarcales, sino buscando otros modos alternativos de identidades plurales.

No hay compasión sin la inserción del ser humano en la naturaleza, el reconocimiento de nuestra eco-dependencia y el cuidado de la tierra. Los seres humanos dependemos de los bienes de la naturaleza y nuestra vida se sustenta sobre la biodiversidad. 

No hay compasión sin defensa de los derechos humanos, pero no en abstracto, declarativamente o con un discurso falsamente universalista; no solo los derechos individuales, sino los derechos sociales, ecológicos, emergentes, los derechos de los pueblos, los derechos de las personas a quienes se les niega, etc.

No hay compasión sin hospitalidad, alteridad, projimidad, con las personas refugiadas, desplazadas, migrantes que huyen de la guerra y de la pobreza y buscan condiciones de vida digna.

No hay compasión sin reconocimiento del pluriverso cultural, étnico, religioso y de la biodiversidad. La compasión debe llevar al diálogo entre las diferentes tradiciones culturales, religiosas, étnicas, filosóficas, espirituales y morales. Ninguna religión tiene el monopolio de la salvación. Ninguna cultura tiene la interpretación exclusiva de la realidad. Ninguna filosofía tiene el monopolio de la verdad. Ninguna cosmovisión tiene el conocimiento completo del cosmos.

No hay compasión sin práctica de la justicia a través de la participación en los movimientos sociales que luchan por otro mundo posible, más eco-humano, justo, igualitario y respetuoso de las diferencias.

La compasión implica ser sensibles al sufrimiento de las personas dolientes, aliviarlo y luchar contra sus causas.”

Juan José Tamayo

viernes, 5 de junio de 2020

Cuidar la espiritualidad...


“Cuidar de la espiritualidad es cultivar una actitud de apertura permanente ante cualquier realidad. Es estar disponible al nudo de relaciones que es uno mismo. Es vivir concretamente la transcendencia.

La espiritualidad pide silencio. Silencio no es no decir nada, sino abrir espacio para que pueda ser oída otra palabra que viene de lo más profundo de nosotros mismos, de la conciencia, del propio Dios que nos puso en este mundo.

El cuidado del espíritu implica no colocar trabas en el encuentro con el otro. Vivir espiritualmente es acogerlo. El cuidado del espíritu lleva a cultivar la bondad, los buenos deseos, la solidaridad, la compasión y el amor. Estos son los valores que constituyen la sustancia de la espiritualidad, que nos acompañan a lo largo de la vida y que llevamos más allá de la muerte.

Cuidar del espíritu es abrirse al misterio del mundo y al misterio mayor que es Dios. La espiritualidad no puede reducirse a leer y pensar sobre Dios, hay que sentirlo en el corazón, poder dialogar con él y escuchar su voz que viene de todas las cosas. Es importante dar el paso de la cabeza al corazón, porque es el corazón el que siente, venera y ama a Dios. El resultado de este cuidado es vivir la vida como quien se siente en la palma de la mano de Dios.

Cuidar del espíritu implica también cuidar del ambiente social, cuidar de los otros para que la atmósfera que nos rodea no se vuelva inhumana.

En este campo hay mucho que hacer, empezando cada cual consigo mismo, y reforzando todas aquellas iniciativas que representan alternativas y semillas de una nueva forma de habitar la Casa Común.

El cuidado, en su núcleo esencial, exige otro tipo de paradigma de civilización en el cual no impera el capital material y la acumulación de bienes sino en el que el capital humano-espiritual será un eje central, capaz de dar un rostro más humano y fraterno a la convivencia humana, con los otros y con la naturaleza.”

Leonardo Boff

martes, 2 de junio de 2020

Momento de otro tipo de celebración litúrgica...


“Finales del invierno de 2020. Llegó la pandemia. El virus consiguió confinar durante dos meses a una sociedad hecha a vivir de cara a la calle. 

Agazapados en nuestras casas hemos dado rienda suelta a las tecnologías, que nos han conectado con los demás, en forma de videoconferencias, múltiples ofertas culturales, deportivas, altruistas, solidarias y religiosas. 

Sobre las ofertas religiosas, la Comisión Permanente del Foro "Curas de Madrid y Más" ofrece aquí unas reflexiones y propuestas. Por primera vez en la historia del Foro, dando sentido al “y Más” que hemos añadido a nuestro nombre, el texto base de estas reflexiones lo han elaborado dos mujeres, miembros de la Permanente y laicas.

Los fieles nos vimos bombardeados por una infinidad de inauditas ofertas litúrgicas, que nos llegaban a través de la radio y la televisión, pero, también y, sobre todo, por medio de diversas plataformas digitales. 

Y, siguiendo la regla básica del “mercado”, la de la oferta y la demanda, se despertó y alimentó una especie de consumismo religioso en toda regla: rezos, procesiones sin feligreses, bendiciones desde las alturas… Y, en un santiamén, esta Iglesia nuestra va y nos sorprende, también, con las misas online con comunión espíritu-virtual.    

¿Alguien pudo imaginar vivir en cuarentena? ¿Alguien pudo imaginar siquiera, el sinsentido de una Eucaristía sin Eucaristía para la inmensa mayoría de católicos del mundo? Un sacerdote, acompañado tan solo por la tecnología de una cámara, cumpliendo a rajatabla el rito que establece el Misal Romano, en el que no se admite ni reconoce como tal, más que la Eucaristía presidida por un obispo o un presbítero.

El coronavirus y sus consecuencias sociales más crueles nos están brindando, quizás, una oportunidad para replantearnos la conveniencia de establecer un nuevo modelo de la celebración de nuestra fe. Lo intentó el Concilio Vaticano II, con su decreto sobre la liturgia. Pero en numerosos casos lo que hemos visto estos días nos retrotrae a tiempos anteriores a aquel gran evento.

¿Ha llegado el momento de poner fin a una concepción mágica, idolátrica, de la liturgia en general y de las misas en concreto, según la cual Dios, mediante rituales meticulosamente reglados, nos da su gracia y se muestra proclive a escuchar nuestras súplicas? 

Ha llegado el momento de sustituir la misa de jerarquías y pueblo por la misa de creyentes, al uso de las primeras comunidades cristianas?  ¿Habrá llegado el tiempo de renovar esas misas para el público, donde el sacerdote actúa y los fieles asisten casi como simples espectadores de una representación teatral? ¿Será el momento de sustituirlas por otras más participativas, donde los grupos de cristianos concelebremos desde el Evangelio?

Igual ha llegado el tiempo de cambiar el sistema. ¿No será la hora de dar paso a una generación de cristianos, hombres y mujeres, que, sin tener en cuenta sexos ni celibatos, celebramos nuestra fe compartida, mostrando con signos y palabras que la igualdad debe hacerse ya costumbre? 

Ya existen pequeñas comunidades que tienen como modelo las primitivas, las que aparecen en los Hechos de los Apóstoles. En su seno la estructura y hasta el sentido de sus celebraciones litúrgicas se ha reformulado. En ellas desaparecen las diferencias entre hombres y mujeres, se acortan las distancias entre laicos y clérigos, se da voz a toda la asamblea, se generaliza la participación y, cuando es preciso, la toma de decisiones entre todos los miembros. Se cree y se articula aquello de que “Allí donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt 18,20).

Los creyentes no somos público sumiso e infantil, necesitados siempre de la jerarquía clerical para el mantenimiento y refuerzo de nuestra fe. Somos uno y cada uno de los miembros que conformamos nuestra Iglesia. Por eso, reivindicamos una comunidad de celebrantes que, aún sin obispo o presbítero que pueda presidir la Eucaristía, como ha ocurrido en estos meses de pandemia, tenga reconocida y regulada la facultad de reunirse para celebrar y avivar nuestra fe común en Jesús. Y que lo pueda hacer, en concreto, en torno a un pedazo de pan y un vaso de vino que, bendecidos y repartidos, nos hacen presente al Maestro y nos mueven a ser buenos como él.

Sería conveniente otro tipo de celebraciones litúrgicas. Disponemos de un precedente, la Iglesia primitiva, que, antes de que existiera el sacerdocio tal como hoy sigue estando establecido, celebraba los diversos momentos de su liturgia, incluidos el bautismo, la eucaristía y el perdón, en las casas de algunos de los creyentes. Ese fue el punto de partida y debería poder ser nuestra meta.”

Comisión Permanente del “Foro de Curas de Madrid y Más“