lunes, 6 de abril de 2020

La Cruz no es lo que salva...


“No es la cruz la que salva, sino aquello de lo que nos hemos de salvar. La pobre humanidad, para su gran desgracia, inventó la cruz para matar al enemigo e  hizo de ella un cruel instrumento de tortura y muerte.

Un viernes de abril, crucificaron a Jesús, por querer destruir el Templo y amenazar el orden del Imperio. Jesús fue crucificado contra la voluntad de Dios, que solo puede querer que vivamos.

Sin embargo, los cristianos entendieron la cruz de Jesús en clave cultual de sacrificio y perdón. Y llegaron a decir que, en realidad, fue Dios el que crucificó a Jesús. Pero nadie explicó nunca por qué Dios exige expiación.

¿Quién puede creer hoy en un Dios que exige expiar culpas, a veces al propio culpable, a veces al inocente en lugar del culpable? Ese dios sería un monstruo terrible.

No es esa la religión de Jesús. A Jesús no le importó el pecado sino la gente que sufría y la gente que hacía sufrir. No le importó la culpa sino la gente herida, y la gente que hería. Todo el que hiere es porque está herido, y lo que necesita es sanación, no castigo.

Los cristianos veneraron a Jesús, primero en figura de cordero, de buen pastor, de pez y de ancla. Y al cabo de trescientos años, empezaron a venerarle en figura de cruz. Y la cruz –el maldito instrumento de tortura y de muerte, impuesto por los poderosos a los sediciosos y profetas– volvió a convertirse en signo de la Vida.

Pero aún persiste el equívoco y hay que despejarlo. El Dios de la expiación nunca existió, y la religión de la expiación ha de ser borrada. El dolor no es lo que salva, sino aquello de lo que hemos de ser salvados. Y la salvación no consiste en ser absueltos de una culpa ni en expiarla, sino en ser curados de todas las heridas.
Benditos sean todos los crucificados, y malditas sean todas las cruces, también la de Jesús. Es el Hermano Herido el que nos salva. Todas las hermanas y hermanos heridos por ser buenos nos salvan, a pesar de la cruz. Por supuesto, no sin la cruz. Pero ciertamente, no por la cruz.”

José Arregi