miércoles, 8 de abril de 2020

Autenticidad en la experiencia de Dios...



“No podemos hacer experiencia del Dios de Jesús ni intentar reflexionar sobre Él-Ella al margen de la violencia, la injusticia estructural y el desamor que atraviesa hoy la vida en el planeta, sin tomar posición frente a ello, sin situarnos al lado de quienes más las padecen y también de quienes la enfrentan inventando formas de resistencia y su desmantelamiento en el corazón humano y en las estructuras socio- políticas.

¿Nos atrevemos a hablar de Dios, incluso a orar, como si los pobres y las pobres no existieran… Como si las muertes de las mujeres por violencia de género y los feminicidios en el mundo no existieran… Como si los campos de refugiados en Grecia y Turquía no fueran el grito de Dios urgiéndonos a una comensalidad abierta, a sentarnos juntos y juntas en la mesa de la vida, la universalidad de los derechos humanos y sociales y una distribución equitativa de los bienes de la tierra?

Los y las pobres nos recuerdan que existe una diferencia fundamental en la humanidad. La de aquellos y aquellas que dan la vida por supuesto y la de aquellos y aquellas para quienes hacerlo cada día es un milagro de supervivencia y resiliencia. O dicho de otro modo, la de aquellos y aquellas cuyas vidas son preciadas para la libertad del mercado, el consumo, el capital y el bienestar de unos pocos y los y las descartables, aquellos y aquellas cuyas vidas valen menos que la bala que los mata, que el banco que les desahucia, o que el balance económico de la empresa que los despide con un ERE, para relanzarse de nuevo al mercado con otro nombre y contratar personal a más bajo precio y con menos derechos. Porque ser humano hoy se sigue historizando en según se pueda comer o no comer, circular libremente por el mundo con un visado sin ningún problema o alcanzando la muerte en cualquier frontera en el intento de cruzarlas o terminando en el infierno de la trata.

Por eso la teología o la reflexión sobre el Dios cristiano no puede hacerse desde un sillón o un sermón, o al margen de los gritos y los sueños de las mujeres y los hombres de hoy, especialmente de los últimos, porque existe un vínculo inseparable entre la fe y los pobres. Un vínculo que tiene un carácter intrínsecamente cristológico. De ahí que nuestra forma de situarnos y relacionarnos con los y las pobres sea la forma con que lo hacemos con Dios mismo.

El Dios de Jesús es el dios de la historia y por tanto no nos habla al margen de ella, sino desde el espesor de los acontecimientos. Acontecimientos no sólo individuales sino también comunitarios, sociales, políticos. El Dios de Jesús no es el de los compartimentos estancos ni el de separación sagrado-profano. Al Dios de Jesús nada profundamente humano, mundano o excluido le es ajeno. Por eso siempre que la teología se desliga del mundo y no se toma en serio los problemas concretos históricos y cotidianos de la gente normal (y no de los clérigos) y especialmente de los pobres, está atentando contra la encarnación.”

Mª José Torres