miércoles, 22 de julio de 2020

La función de la ciencia y la religión...




“Con motivo de la actual pandemia ha vuelto a plantearse el viejo problema de la relación entre ciencia y religión, con tendencias encontradas entre quienes consideran que ambas son incompatibles, quienes reducen la incompatibilidad a la que se produce entre ciencia y superstición, quienes creen que la religión es un obstáculo para los avances de la ciencia, quienes defienden la autonomía e independencia de ambas y quienes, en fin, son partidarios del diálogo y la cooperación.


La posición extrema es la de los creyentes fundamentalistas que interpretan la pandemia como un castigo que Dios manda a la humanidad por su maldad, por haberse apartado de la religión y por el ateísmo cada vez más extendido. La respuesta la encuentran en la vuelta a la religión y a la fe en Dios, desconfiando de la ciencia, dándole la espalda o, al menos, dudando de su eficacia.


Los recursos que creen más eficaces ante escenarios dramáticos como el que estamos viviendo son pedir la intervención de Dios para que haga un milagro, la práctica de los rituales religiosos... Esta actitud es la que, sin duda, más daño hace a la religión y mayor alejamiento de ella produce.


Ciencia y religión han ejercido una gran influencia en la humanidad y en la naturaleza. No pueden, por tanto, desconocerse, ni caminar en paralelo, y menos aún entrar en confrontación, ya que cualquiera de esas posturas perjudicaría gravemente y por igual a los seres humanos y a la naturaleza. Han sido fenómenos culturales presentes en la historia en permanente interacción desde sus albores hasta nuestros días, unas veces en conflicto y otras en cooperación.


El modelo correcto de relación entre ciencia y religión tiene que ser el de la colaboración e interacción crítico-constructiva, en la que cada una se ubica en su propia esfera al tiempo que abandona todo intento de absolutización, ya que ninguna puede presumir de tener el mapa de la verdad.


La religión debe dejarse iluminar por los conocimientos de la ciencia, y la teología ha de tener en cuenta las aportaciones científicas. La ciencia puede verse enriquecida con el ethos de la compasión que ofrece la religión.


Pero ¿qué ciencia? No la arrogante y aristocrática, que selecciona a quienes tiene que curar en función de sus posibilidades económicas, sino la que está al servicio de la salud y el bienestar de la ciudadanía, especialmente de los más vulnerables.


¿Qué religión? No la dogmática, autoritaria y patriarcal, sino la que escucha el grito de las personas empobrecidas y de la tierra depredada y responde con actitud solidaria hacia las víctimas. 


¿Qué Dios? No el todopoderoso y supremacista, sino el “Dios activista de los derechos humanos”, el subalterno, que se enfrenta con el Dios invocado por los opresores, según la propuesta de Boaventura de Sousa Santos.


En la novela de Camus La peste, tras los desencuentros entre el jesuita Paneloux y el doctor Bernard Rieux, éste le dice al jesuita: “Estamos trabajando juntos por algo que nos une más que las blasfemias y las plegarias. Esto es lo único importante… lo que yo odio es la muerte y el mal, usted bien lo sabe. Y quiéralo o no, estamos juntos para sufrirlo y combatirlo”. Ésa es, creo, la función de la ciencia y de la religión en esta pandemia y después.”


Juan José Tamayo