sábado, 18 de abril de 2020

Necesidad de resurrección de la institución eclesiástica...


“En cuanto al uso de Internet por las instituciones religiosas, muchos obispos utilizan masivamente las nuevas tecnologías para difundir el mismo mensaje “de siempre”, medieval, incomprensible. Cuanto más se difunde, más negativo es su efecto, más crece la distancia entre el Evangelio y la cultura, más descuida la Iglesia su misión profética en el mundo de hoy. Es la hora de un gran discernimiento por parte de la Iglesia institucional.

Esta pandemia podría constituir un signo de los tiempos que llama a la Iglesia a dar un salto adelante histórico en una doble línea estrechamente relacionada: una llamada, en primer lugar, a convertirse personal e institucionalmente en Iglesia de los pobres y para los pobres, dando prioridad absoluta a la bienaventuranza y la liberación de los pobres respecto de la doctrina; una llamada, en segundo lugar, a reinventar radicalmente otro modelo no clerical-jerárquico-masculino de Iglesia y, al mismo tiempo, a renovar a fondo (no solo en lenguajes y formas superficiales) toda la teología (creencias, ritos, normas…).

Lo más probable, me parece, es que la Iglesia sea incapaz de responder a este doble y único desafío, y que, en consecuencia, la distancia entre la Iglesia y el mundo de hoy se acreciente y la crisis de la Iglesia se acentúe. El Papa Francisco está siendo un profeta mundial de una Iglesia pobre y para los pobres, pero su teología sigue siendo muy tradicional. Mientras persista ese desajuste, la reforma necesaria de la Iglesia me parece imposible.

La drástica reducción numérica de los “fieles” (que creo que acabará extendiéndose a nivel planetario) por un lado, y, por otro, la globalización de Internet exigen, efectivamente, que se repiense todo el funcionamiento y la organización de la Iglesia católica (parroquias, diócesis, Vaticano, distinción entre clérigos-laicos, exclusión de la mujer, sacramentos…). La pesadísima maquinaria clerical, vertical y centralizada es insostenible. Pero no se trata tanto de “formas de organización”, sino de modelo de religión y de Iglesia.

Y no se trata de que los “laicos” asuman “ministerios ordenados”, sino de superar la distinción entre laicos y clérigos (distinción creada por los clérigos) y, por lo tanto, entre “ministerios ordenados” y “ministerios no ordenados”, como si los primeros emanasen de “Cristo” a través de su representante sagrado (el obispo) y los segundos fuesen “mera delegación de la comunidad”. Ese esquema ya no tiene sentido. ¿Lo aprenderemos en el confinamiento? ¿Nos tendrá que enseñar esta nueva teología un coronavirus?

En esta pandemia, es muy posible que mucha gente redescubra la profunda necesidad de mirarse más a fondo a sí misma, a la naturaleza que somos, al cielo estrellado, de sumergirse en el Misterio de lo que es, de reconciliarse con sus heridas profundas, de reconocer la necesidad de cuidado y de ternura, de reinventar la economía y la política, de recuperar la paz, el respiro, el aliento a nivel personal y estructural, a nivel económico, político, planetario, de volver a sentir que todos somos uno y que solo juntos podremos salvarnos. Es muy posible que esta pandemia lleve a mucha gente a redescubrir la necesidad de la “espiritualidad” como hondura de la vida y de todo lo real, pero no creo que, al menos la inmensa mayoría, la vuelvan a encontrar en las instituciones religiosas tradicionales con sus dogmas, ritos y códigos.”

José Arregi