“Cuando las mujeres hablan del sacerdocio se piensa a menudo que están reclamando poder y cuesta caer en la cuenta de que lo que quieren es vivir su propio ser, su humanidad en la que Cristo también se nos da haciendo a Dios presente y ofreciendo salvación. El sacerdocio, que no es prerrogativa de ningún sexo, que es llanamente Cristo en nuestra carne, no es un reclamo de poder de nadie, es siempre expresión de lo que somos y lo que nos hace hombres y mujeres, humanidad donada. Y la experiencia nos dice que esta humanidad donada se realiza de modo especial en la mujer, que concibe vida, que la gesta, que la lucha, que la acompaña, que no la deja morir.
Cuando el sacerdocio volvió al templo de Jerusalén y se convirtió en cosa de varones, quedó bien herido, se salió de su ámbito propio, de la vida, y regresó a su refugio Sancta Sanctorum donde sólo podían acceder el Dios varón y sus escogidos ministros varones. La religión cristiana con sus instituciones se volvió ideología de patriarcado.
La teología feminista, al reconocer el sacerdocio de la mujer propone alternativas que necesitamos para que esta religión cultual, de ritos y dogmas, vuelva a ser Evangelio y espiritualidad liberadora. Se trata de entender el sacerdocio desde la humanidad de Jesús. El sacerdocio tiene en las mujeres la oportunidad de salir definitivamente del templo, como lo quiso Jesús, y hacer la experiencia de Dios desde el propio cuerpo, en lo cotidiano, en la relación.”
Jairo Alberto Franco Uribe