“Te puedes desnudar tú mismo, o ser desnudado por otros, pero aun así te defenderás como una fiera y buscarás tu comodidad, ese rato en que nadie te moleste, tu tranquilidad, tu descanso. Ya se trate de libros o de música (la gratificación de los sentidos internos), de comida o bebida, de café o tabaco, no hay una renuncia más fácil que otra.
A veces empezamos a pensar en la pobreza, en emprender el camino en solitario o en comunidades religiosas, vivir con los indigentes… Y cuando esos pensamientos llegan en los cálidos días de la primavera, cuando los niños juegan en el parque y es agradable estar en el exterior, en las calles de la ciudad, sabemos que no estamos sino engañándonos a nosotros mismos, pues nos limitamos a soñar con una forma de lujo. Lo que queremos es el calor del sol y tranquilidad y tiempo para pensar y leer y vernos libres de las personas que nos presionan desde la mañana temprano hasta altas horas de la noche. No; el problema de la pobreza no es simple.
A lo largo de la historia de la Iglesia, los santos han hecho hincapié una y otra vez en la pobreza voluntaria. Pero todas las comunidades religiosas (iniciadas en la pobreza y en condiciones increíblemente duras) empezaron pronto a “prosperar”. Las propiedades se fueron ampliando, hasta que se acumularon tierras y edificios; hay una riqueza corporativa. Es difícil seguir siendo pobre…”
Dorothy Day