“Jesús adoptó una actitud de rebeldía frente al sistema y se comportó como un insumiso ante el orden establecido. El conflicto, nacido de la indignación, define su modo de ser, caracteriza su forma de vivir y constituye el criterio ético de su práctica liberadora. La insumisión y la resistencia fueron las opciones fundamentales durante su actividad pública, tanto en el terreno religioso como en el político, ambos inseparables en una teocracia. Ellas fueron la clave hermenéutica que explica su trágico final.
Indignado con la religión oficial. Jesús se indignó con la religión oficial y sus intérpretes, que anteponían el cumplimiento de la ley al derecho a la vida e incitaban a la venganza en vez de llamar al perdón. Cuando estaba en juego la vida y la libertad de las personas infringió las leyes judías del ayuno, del sábado, de la pureza, etc., y justificó que sus discípulos las incumplieran. Comió con pecadores y publicanos y osó afirmar con harto escándalo de los “bien pensantes” que las prostitutas precederían a los escribas y fariseos en el reino de los cielos. Colocó en el centro del nuevo movimiento igualitario la práctica de las Bienaventuranzas, carta magna de la nueva sociedad.
Indignado con los poderes religiosos. Las autoridades religiosas vivían una escisión entre la realidad y la apariencia. Su actitud no podía ser más hipócrita: decían y no hacían, absolutizaban la Torá e imponían al pueblo cargas legales que ellos mismos no cumplían. Jesús les echó en cara la falsedad de su magisterio y su falta de coherencia. Por eso ni les reconoció la autoridad de la que presumían, ni siguió sus enseñanzas. El conflicto con dichas autoridades fue permanente.
Indignado con los poderes económicos. La acumulación de bienes fue quizá la causa más importante de la indignación de Jesús, convencido como estaba de la incompatibilidad entre servir a Dios y al dinero, de que toda riqueza es injusta y se convierte en un medio de dominación y de opresión de las minorías opulentas contra las mayorías populares. Cuestionó las raíces materiales y religiosas –generalmente unidas- de la exclusión y luchó por erradicarlas. Se puso del lado de los grupos marginados social, política y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, personas enfermas, paganas, samaritanas y gente considerada “de mal vivir”. Era en su compañía como se encontraba más a gusto. Era compartiendo mesa con dichas personas como se sentía feliz.
Indignado con el poder político. La indignación de Jesús subió de tono cuando se enfrentó con los poderosos, a quienes acusó de opresores, y con la tiranía que imponía Roma a su pueblo. Precisamente la condena a muerte de Jesús, y muerte de cruz, dictada y ejecutada por la autoridad romana, fue la consecuencia lógica de la indignación con el poder político, a quien negaba legitimidad, y contra el Imperio, a quien consideraba invasor. El reino de Dios, que él anunciaba, constituía el mayor alegato contra el Imperio. Lo expresa con toda nitidez y fuerza profética Pedro Casaldáliga.
Indignado con la religión y la sociedad patriarcales, Jesús denunció las múltiples marginaciones a las que eran sometidas las mujeres por mor de la religión y de la política, se opuso a las leyes que las discriminaban (lapidación por adulterio, libelo de repudio) y las incorporó a su movimiento en igualdad de condiciones que a los varones y con el mismo protagonismo. El movimiento de Jesús comenzó precisamente en Galilea en el seno de un grupo de mujeres emancipadas del patriarcado, que lo acompañaron hasta el momento trágico de su crucifixión y fueron las primeras testigos de la experiencia de la Resurrección, que dio origen a la Iglesia cristiana. Sin el testimonio de las mujeres quizá no existiera la Iglesia cristiana. Fue en el movimiento de Jesús donde ellas recuperaron la dignidad que les negaba la religión oficial, la ciudadanía que les negaba el Imperio y la libertad que les negaban sus conciudadanos varones.
La indignación de Jesús de Nazaret con los poderes económicos, religiosos, políticos y patriarcales de su tiempo constituye un desafío para los cristianos y cristianas de hoy.”
Juan José Tamayo