“Finales del invierno de 2020. Llegó la pandemia. El virus consiguió confinar durante dos meses a una sociedad hecha a vivir de cara a la calle.
Agazapados en nuestras casas hemos dado rienda suelta a las tecnologías, que nos han conectado con los demás, en forma de videoconferencias, múltiples ofertas culturales, deportivas, altruistas, solidarias y religiosas.
Sobre las ofertas religiosas, la Comisión Permanente del Foro "Curas de Madrid y Más" ofrece aquí unas reflexiones y propuestas. Por primera vez en la historia del Foro, dando sentido al “y Más” que hemos añadido a nuestro nombre, el texto base de estas reflexiones lo han elaborado dos mujeres, miembros de la Permanente y laicas.
Los fieles nos vimos bombardeados por una infinidad de inauditas ofertas litúrgicas, que nos llegaban a través de la radio y la televisión, pero, también y, sobre todo, por medio de diversas plataformas digitales.
Y, siguiendo la regla básica del “mercado”, la de la oferta y la demanda, se despertó y alimentó una especie de consumismo religioso en toda regla: rezos, procesiones sin feligreses, bendiciones desde las alturas… Y, en un santiamén, esta Iglesia nuestra va y nos sorprende, también, con las misas online con comunión espíritu-virtual.
¿Alguien pudo imaginar vivir en cuarentena? ¿Alguien pudo imaginar siquiera, el sinsentido de una Eucaristía sin Eucaristía para la inmensa mayoría de católicos del mundo? Un sacerdote, acompañado tan solo por la tecnología de una cámara, cumpliendo a rajatabla el rito que establece el Misal Romano, en el que no se admite ni reconoce como tal, más que la Eucaristía presidida por un obispo o un presbítero.
El coronavirus y sus consecuencias sociales más crueles nos están brindando, quizás, una oportunidad para replantearnos la conveniencia de establecer un nuevo modelo de la celebración de nuestra fe. Lo intentó el Concilio Vaticano II, con su decreto sobre la liturgia. Pero en numerosos casos lo que hemos visto estos días nos retrotrae a tiempos anteriores a aquel gran evento.
¿Ha llegado el momento de poner fin a una concepción mágica, idolátrica, de la liturgia en general y de las misas en concreto, según la cual Dios, mediante rituales meticulosamente reglados, nos da su gracia y se muestra proclive a escuchar nuestras súplicas?
Ha llegado el momento de sustituir la misa de jerarquías y pueblo por la misa de creyentes, al uso de las primeras comunidades cristianas? ¿Habrá llegado el tiempo de renovar esas misas para el público, donde el sacerdote actúa y los fieles asisten casi como simples espectadores de una representación teatral? ¿Será el momento de sustituirlas por otras más participativas, donde los grupos de cristianos concelebremos desde el Evangelio?
Igual ha llegado el tiempo de cambiar el sistema. ¿No será la hora de dar paso a una generación de cristianos, hombres y mujeres, que, sin tener en cuenta sexos ni celibatos, celebramos nuestra fe compartida, mostrando con signos y palabras que la igualdad debe hacerse ya costumbre?
Ya existen pequeñas comunidades que tienen como modelo las primitivas, las que aparecen en los Hechos de los Apóstoles. En su seno la estructura y hasta el sentido de sus celebraciones litúrgicas se ha reformulado. En ellas desaparecen las diferencias entre hombres y mujeres, se acortan las distancias entre laicos y clérigos, se da voz a toda la asamblea, se generaliza la participación y, cuando es preciso, la toma de decisiones entre todos los miembros. Se cree y se articula aquello de que “Allí donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt 18,20).
Los creyentes no somos público sumiso e infantil, necesitados siempre de la jerarquía clerical para el mantenimiento y refuerzo de nuestra fe. Somos uno y cada uno de los miembros que conformamos nuestra Iglesia. Por eso, reivindicamos una comunidad de celebrantes que, aún sin obispo o presbítero que pueda presidir la Eucaristía, como ha ocurrido en estos meses de pandemia, tenga reconocida y regulada la facultad de reunirse para celebrar y avivar nuestra fe común en Jesús. Y que lo pueda hacer, en concreto, en torno a un pedazo de pan y un vaso de vino que, bendecidos y repartidos, nos hacen presente al Maestro y nos mueven a ser buenos como él.
Sería conveniente otro tipo de celebraciones litúrgicas. Disponemos de un precedente, la Iglesia primitiva, que, antes de que existiera el sacerdocio tal como hoy sigue estando establecido, celebraba los diversos momentos de su liturgia, incluidos el bautismo, la eucaristía y el perdón, en las casas de algunos de los creyentes. Ese fue el punto de partida y debería poder ser nuestra meta.”
Comisión Permanente del “Foro de Curas de Madrid y Más“