“En la Iglesia, al igual que en la Casa el Padre hay muchas moradas, los pensamientos son también múltiples, variados y hasta contrarios entre sí. Es fruto y feliz consecuencia de la libertad que, por la condición de personas, y más por la de cristianos, habrá de caracterizarnos permanentemente.
Así como para muchos sobran razones para que Juan Pablo II hubiera sido canonizado aún antes de su muerte, los criterios de otros, tan cristianos como los primeros, no son coincidentes, sino todo lo contrario.
Comportamientos, estilos pontificios, su Curia Romana cuyos miembros fueron elegidos y mantenidos en sus cargos por él y con su aprobación, no pocos gestos nada pastorales, ausencia de autoridad y de magisterio en determinados casos en los que, por ejemplo, en relación con la pederastia, campeó a sus anchas, el autoritarismo ejercido con parte del clero, la amistad con dictadores y con dictaduras, la espectacularidad de sus viajes y concentraciones masivas mitigan los grados de la santidad verdadera. También la mitiga el acentuado anti- Vaticano II que permitió e impulsó a que el estilo de religiosidad y de cristianismo no fuera precisamente el del evangelio y el que demandan hoy los tiempos eclesiales y la Iglesia post-conciliar, sino el de las ceremonias y los ritos.
Exactamente, y en concreto, en el nombramiento de los Nuncios y de los obispos, en el favoritismo –desarrollo, crecimiento, auge e influenza de movimientos “religiosos”, como el Opus Dei y otros, les da la impresión a no pocos expertos en la materia de que “la elevación al honor de los altares”- no le estuviera reservado con tantas prisas y tanta diligencia.
Los teólogos que no pensaron como Juan Pablo II, o como su guionista dogmático, que habría de sucederle en el trono pontifico con el nombre de Benedicto XVI, siguen dando fe, contra toda esperanza, de que el reconocimiento “oficial” de su santidad no debiera haber estado tan cerca y tan “¡ya¡”. Un gran listado de teólogos fueron tachados a perpetuidad, y aún condenados y exiliados de sus respectivas cátedras de universidades, seminarios, noviciados y colegios “religiosos”, por no pensar y enseñar en conformidad con los “Nihil obstat” de los correspondientes censores curiales. Por su obstinada intransigencia con las “secularizaciones” sacerdotales, y las nulidades –“anulaciones” matrimoniales, muchos de estos “mártires” de la burocracia tampoco hubieran estimulado su elevación a los altares.
En este contexto también hay que situar su acendrada misoginia pontificia, respecto a la integración de la mujer en el organigrama eclesiástico hasta sus últimas consecuencias, con las limitaciones “dogmáticas” a la participación femenina en actividades y ministerios sacramentales. El cultivo de la endogamia eclesiástica acrecentando el santoral con los nombres de los papas antecesores suyos, obliga a muchos a creer que los papas, por papas, han de ser todos ellos oficialmente “santos” o, al menos, “beatos”, con la excepción del bendito papa Juan Pablo I.
Estos y tantos otros argumentos documentados por historiadores, y vividos por teólogos y moralistas “mártires”, llegan a convencer a muchos de que al diccionario de la RAE le falta acoger en sus doctas páginas el término “descanonizar”, aplicable a Juan Pablo II, a otros y a otras, cuyos nombres siguen estando registrados en el Santoral o Año Cristiano, con todos los honores, misas, triduos o novenas.”
Antonio Aradillas
(Artículo completo en Religión Digital)