miércoles, 27 de mayo de 2020

Vanidad y comodidad...



“El cristianismo (como también les ocurre a otras religiones), por una presunta fidelidad a sus orígenes, se ha quedado muy atrasado con respecto a la cultura y a los acontecimientos que estamos viviendo. Baste pensar, por poner un ejemplo, en lo que ocurre con la liturgia y en la celebración de los sacramentos. Mucha gente no sabe que esas ceremonias, tal como han llegado hasta nosotros, en su lenguaje, sus vestimentas, sus rituales y la justificación ideológica de su contenido, en muchos de los aspectos que los fieles perciben, son costumbres y tradiciones medievales.

Por no hablar de los templos, catedrales, palacios y otras solemnidades, que le hicieron decir a san Bernardo, en un escrito dirigido al papa Eugenio III (s. XII), que, revestido de seda y oro, en su caballo blanco, parecía más el sucesor de Constantino que el de san Pedro. Y sabemos que la religión, que hoy tenemos, es el residuo anacrónico de aquellas vanidades.

Y lo peor del caso es la mentalidad (o sea, la teología) que justifica esas cosas. Una teología que, en no pocos tratados y cuestiones, ni afronta, ni responde, a los grandes temas que ahora interesan a la mayor parte de la sociedad. Por eso insisto, una vez más, en la necesidad apremiante, que tenemos, de recuperar la centralidad del Evangelio en la organización de la Iglesia y en la vida de los cristianos.

Es evidente que a los hombres de la religión les resulta más cómodo y lucrativo celebrar ceremonias, ritos y liturgias, que enfrentarse a una política y una economía que se interesa más por el poder que por la salud para todos por igual.”

José Mª Castillo


domingo, 24 de mayo de 2020

Desenfoques de la fe...


“En tiempos como en los que vivimos, nuestra fe siempre está amenazada por dos desenfoques.

El primer desenfoque es atribuir al misterio que llamamos Dios, la capacidad de intervenir directamente en la historia, tanto para causar el mal como para evitarlo. Muchas de las conversaciones que escuchamos estos días en torno a la crisis del covid 19 van en esta línea. Un ejemplo paradigmático pueden ser las oraciones o rituales virtuales convocados por las redes sociales para que Dios ponga fin a la pandemia. La imagen de Dios que hay detrás de este desenfoque nada tiene que ver con el Dios cristiano, que en Jesús se encarna como solidaridad amorosa hasta el extremo, asumiendo desde ahí las consecuencias de la dejación o de la responsabilidad humana. Este Dios que nunca se impone al ser humano, que se expone a su libertad, a su acogida o a su rechazo.

El segundo desenfoque es de tipo moralizante y es una consecuencia del anterior: creer que el mal, en este caso la pandemia y la crisis económica que conlleva, son un castigo ejemplarizante a la humanidad por sobrepasar los límites naturales y expoliar la tierra y a las criaturas. Como si Dios fuera un pedagogo cruel y sádico y no el Dios todo-misericordia, el Abba de Jesús.

Por eso, en medio de la incertidumbre y el sufrimiento que nos atraviesa, los tiempos que vivimos son una oportunidad para desnudar nuestra fe de desenfoques idolátricos.

El Dios de Jesús no es un Dios mágico, soluciona-problemas, ni tampoco castigador ni sádico. Un Dios que no nos arregla nada, pero que nos sostiene en todo. Un Dios que se queda mudo, pero no ausente, ante los cadáveres de las calles en Quito o en el sufrimiento de los ancianos, sanitarios o cuidadoras muertas no solo por el covid 19, sino por la irresponsabilidad y los intereses económicos que han desmantelado los sistemas públicos de salud.

Un Dios que en Jesús nos recuerda que su decir es hacer, que, en ocasiones como éstas, predicar es actuar y lo que toca es ponerse codo a codo, con otros y otras, para acompañar duelos, silencios, preguntas aun sin respuestas. Lo que toca no son discursos sino hacer posible la multiplicación de los panes y los peces en las colas del hambre, como tantas iniciativas vecinales, grupos de cuidados y comunidades cristianas están haciendo. Si estamos atentos, entre ellos y ellas podemos reconocer hoy el Espíritu del Viviente que nos urge a anunciarlo con la fuerza de las obras y el poder y la resiliencia de las iniciativas comunitarias.”

Pepa Torres Pérez 

miércoles, 20 de mayo de 2020

Necesidad de humanismo, no de clericalismo...




















“En estos días amargos en los que venimos sufriendo una horrorosa pandemia con sus inevitables y dolorosas consecuencias personales, sanitarias y sociales, hay quienes han recurrido preferentemente a los ritos, tradiciones y valores religiosos, y quienes han optado radicalmente por el altruismo, la solidaridad y los valores humanos. Contraste entre el clericalismo y el humanismo.

Ya en la antigüedad las plagas y desgracias eran consideradas como castigo divino. Incluso al día de hoy hay quien así lo cree todavía; algunos altos jerarcas eclesiásticos lo ha afirmado públicamente. Ante el fantasma de calamidades y pestes, el recurso a los sentimientos religiosos y a las prácticas de devoción popular constituían la herramienta más a mano para combatir la angustiosa situación. Era necesario acentuar la impotencia humana para acrecentar la fe en la omnipotencia divina.

La actual pandemia ha evidenciado que la institución eclesial sigue atrapada en rancios lenguajes, esquemas y talantes anacrónicos. Cuando la sociedad civil bregaba afanosamente por atajar los contagios, el clericalismo exhortaba insistentemente a implorar de Dios el fin de esta desgracia. Hemos asistido a llamativos espectáculos de obispos y sacerdotes encaramados a tejados y azoteas y recorriendo calles y plazas con la custodia, rogando al Altísimo que proteja al pueblo fiel de contagios y muertes. Escenificaciones rayanas en el fetichismo y en la magia que más que suscitar devoción provocaban hilaridad por grotescos. La devoción al Santísimo se frivoliza y empobrece cuando se manipula para ritos más cercanos a la superstición que a la fe.

Han sido noticia curas y obispos que, desafiando las normas civiles, han celebrado misas con presencia de fieles, algunos con salvoconducto del jerarca, en contra de la normativa gubernamental de quedarse en casa y de las disposiciones del Papa y de la CEE de cerrar los templos. Siniestra paradoja. Trataban de alimentar confortablemente su alma mientras ponían irresponsablemente en grave riesgo su cuerpo y el de los demás. Han sido noticia ciertos (que no certeros) denuestos de obispos reprobando acciones legales de las autoridades con frases hermanadas con la falacia: “Se nos ha querido quitar la libertad de proclamar y celebrar el Evangelio y la Resurrección”. “Se ha suspendido un derecho fundamental, la libertad de culto”, haciendo dúo con los creyentes ultramontanos: “Hoy no las queman (las iglesias), las vacían”. Les importa más la “higiene” del alma que la salud del cuerpo.

El respaldo a las prácticas religiosas ha adquirido en estos días un carácter preferente. Es cierto que la coincidencia del confinamiento con la Semana Santa ha suscitado un incremento de la religiosidad emotiva y de fervorosas nostalgias. Han abundado las transmisiones de misas por televisión y por las redes sociales. Transmisiones que han puesto en duda la validez sacramental de la “eucaristía virtual” al prescindir de la presencia y participación de la comunidad. Transmisiones que conllevan el riesgo de transformar la misa en espectáculo y a los “televidentes” en pasivos espectadores. Transmisiones que convierten al creyente devoto en consumista de ritos, incapaz de vivir la fe sin la dependencia del clero. Misas solitarias y desangeladas que revelan ostensiblemente un clericalismo autocrático. Como dato testimonial, informo que en la parroquia de mi demarcación se siguen transmitiendo “diariamente” las misas a través de las redes sociales.

En situaciones extremas, el ser humano puede ser impredecible. Y esto es, precisamente, lo que ha ocurrido estos días en nuestro país. En expresión de Leonardo Boff: “El coronavirus despierta en nosotros lo humano”. Efectivamente, esta pandemia ha puesto a prueba a la humanidad y sus valores solidarios. Impresionante es el testimonio de civismo y abnegación de numerosas personas, creyentes y no creyentes, sin banderas ideológicas ni salvoconductos eclesiales, que han arriesgado sus vidas para arrimar el hombro y asistir, auxiliar y ayudar a remediar toda clase de necesidades. No solo el personal sanitario; también bomberos, transportistas, cuidadores en residencias de mayores, servicios de limpieza en las calles y un largo etcétera. Para todos ellas y ellos surgió el merecido homenaje ciudadano del aplauso a las ocho de la tarde, como un sonoro “gracias” por su labor altruista y desinteresada.

Aquí y ahora se ha cumplido la parábola del Samaritano. El clero (sacerdote y levita) se refugian y se escudan en lo suyo, el templo, el clericalismo. El samaritano opta por el humanismo, se detiene ante el hombre necesitado, le cura y le socorre sin planteamientos ni intereses religiosos. Necesitamos una Iglesia samaritana, servidora de los más menesterosos y de los menos servidos de este mundo. No una Iglesia ritualista ni donante de misas. Una Iglesia definida por un humanismo radical y su dimensión transcendente. Jesús de Nazaret es un ejemplo. Con su estilo de vida encarna el humanismo de Dios. Enfrentándose al clericalismo de la época, se puso al lado de los excluidos y proclamó la dignidad de todo ser humano. Porque, en realidad, lo sustancial no es la creencia; es la persona. Dios no puede ser la alternativa del hombre, ni el hombre la alternativa de Dios.

Esta pandemia no demanda espectáculos rituales; reclama recursos y remedios humanos.”

Pepe Mallo



lunes, 18 de mayo de 2020

Las concesiones oficiales de santidad...


“En la Iglesia, al igual  que en la Casa el Padre hay muchas moradas,  los pensamientos son también múltiples, variados y hasta contrarios entre sí. Es fruto  y feliz consecuencia  de la libertad  que, por la condición de personas,  y más por la de cristianos,  habrá de caracterizarnos permanentemente.

Así  como para muchos  sobran razones  para que Juan Pablo II hubiera sido canonizado aún antes  de su muerte, los  criterios de otros, tan cristianos como los primeros,  no son  coincidentes, sino todo lo contrario. 

Comportamientos, estilos pontificios, su Curia Romana  cuyos miembros fueron elegidos y mantenidos en sus cargos  por él y con su aprobación, no pocos gestos  nada pastorales, ausencia de autoridad y de magisterio  en determinados casos en los que, por ejemplo, en relación con la pederastia,  campeó a sus anchas, el autoritarismo ejercido con parte del clero, la amistad con dictadores y con dictaduras,  la espectacularidad de sus viajes y concentraciones masivas mitigan los grados de la santidad verdadera. También la mitiga el acentuado anti- Vaticano II  que permitió e impulsó a que el estilo de religiosidad  y de cristianismo  no fuera precisamente el del evangelio y el que demandan hoy los tiempos eclesiales y la Iglesia post-conciliar,  sino el de las ceremonias y los ritos.

Exactamente, y en concreto, en el nombramiento de los Nuncios y de los obispos,  en el favoritismo –desarrollo, crecimiento, auge e influenza  de movimientos “religiosos”, como el Opus Dei  y otros, les da la impresión  a no pocos expertos en la materia de que “la elevación al honor de los altares”- no le estuviera reservado con tantas prisas y tanta diligencia.

Los teólogos que no pensaron como Juan Pablo II, o como su guionista dogmático, que habría de sucederle  en el trono pontifico con el nombre de Benedicto XVI, siguen dando fe, contra toda esperanza,  de que el reconocimiento “oficial” de su santidad  no debiera haber estado tan cerca  y tan “¡ya¡”. Un gran listado de teólogos fueron tachados a perpetuidad, y aún condenados y exiliados  de sus respectivas cátedras  de universidades, seminarios, noviciados y colegios “religiosos”, por no pensar y enseñar  en conformidad con los “Nihil obstat” de los correspondientes  censores curiales.  Por su obstinada    intransigencia con las  “secularizaciones” sacerdotales, y las nulidades –“anulaciones” matrimoniales, muchos de estos “mártires” de la burocracia tampoco hubieran  estimulado su elevación a los altares.

En este contexto también hay que situar su acendrada misoginia  pontificia, respecto a la integración  de la mujer  en el organigrama  eclesiástico hasta sus últimas consecuencias, con las limitaciones “dogmáticas” a la participación femenina  en actividades y ministerios sacramentales. El cultivo de la endogamia  eclesiástica acrecentando  el santoral con los nombres de los papas  antecesores suyos,  obliga a muchos a creer que  los papas, por papas,  han de ser todos  ellos oficialmente “santos” o, al menos, “beatos”, con la excepción del bendito papa Juan Pablo I.

Estos y tantos otros argumentos documentados  por historiadores, y vividos  por teólogos y moralistas “mártires”, llegan a convencer a muchos de que al diccionario de la RAE  le falta acoger en sus doctas páginas  el término “descanonizar”, aplicable a Juan Pablo II, a otros y a otras, cuyos nombres siguen estando  registrados en el Santoral o Año Cristiano, con todos los honores, misas, triduos o novenas.”

Antonio Aradillas

(Artículo completo en Religión Digital)

domingo, 17 de mayo de 2020

Oportunos interrogantes...


“A la vista de las grandes brechas abiertas en el mundo entre ricos y pobres,
hombres y mujeres, personas “nativas” y “extranjeras”, pueblos colonizados y potencias colonizadoras, de tamañas situaciones de injusticia estructural, del crecimiento de la desigualdad, de las agresiones contra la tierra, contra los pueblos originarios, contra las mujeres, contra la memoria histórica y a favor del olvido: feminicidios, ecocidios, epistemicidios, genocidios, biocidios, memoricidios, ¿se puede seguir hablando de mística con un discurso que no sea alienante y unas prácticas religiosas que no sean estériles?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas
imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y
desplazadas que quieren llegan a nuestras costas surcando el Mediterráneo o saltar las vallas con concertinas y mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara”
Europa llamada “cristiana” o que, procedentes de los países centroamericanos
empobrecidos por el voraz y salvaje capitalismo, son detenidas en la frontera de Estados Unidos y separados los niños y niñas de sus padres y madres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles personas en condiciones infrahumanas, las mujeres son abusadas, muchos niños y niñas deambulan solos y desnutridos y a todos se les ha robado la esperanza y el futuro, muy difíciles de recuperar.

¿Es posible hablar de mística y ser místicos y místicas en un mundo construido
sobre el sistema de dominación patriarcal que inferioriza a las mujeres, naturaliza dicha inferioridad, ejerce la violencia machista de manera sistemática e incluso la justifica a partir de la masculinidad hegemónica y, en el caso de las religiones, de las
masculinidades sagradas, que dicen representar a Dios? En medio de la dictadura del patriarcado, ¿no se corre el peligro de convertir la experiencia mística en evasión de la realidad y el discurso sobre la mística en música celestial?

¿Cómo pueden pensar y vivir la mística las mujeres en las instituciones
religiosas donde con frecuencia imperan las estructuras patriarcales, se elaboran
discursos androcéntricos, se impone a las mujeres una moral de esclavas, se niega su corporalidad y no se las reconoce como sujetos morales, religiosos y teológicos
autónomos?.”

Juan José Tamayo



miércoles, 13 de mayo de 2020

Necesidad de renovación litúrgica...


“La inmovilidad de los textos sagrados, que todavía se conserva con tanta atención en las celebraciones eucarísticas, pudiera y debiera ser cuestionada, si de verdad se intenta renovar la liturgia y, por tanto, la Iglesia. Sobran no pocos textos procedentes del Antiguo Testamento, cuyo adoctrinamiento acerca de Dios apenas si se asemeja al del Dios-Padre, predicado, evangelizado y vivido en los evangelios. Preceptos, ritos, mandamientos, interpretación de lo religioso y ejemplos ético-morales de vida y de la convivencia familiar, social y política, que difícil o imposiblemente encajan en los esquemas "cristianos".

Por ejemplo, todo cuanto se relaciona con la mujer, como protagonista en la vida social, familiar y más en la religiosa, demanda renovación profunda, resultando inmerecedora de la calificación de "palabra de Dios" la lectura de algunos textos incluidos en el esquema de las misas.” 

Antonio Aradillas

domingo, 10 de mayo de 2020

Hoy, bienaventurados...




“Felices quienes se muestran agradecidos ante tantos gestos de solidaridad y ternura; por las manos acogedoras y las miradas comprensivas; ante los silencios compasivos y las lágrimas compartidas; por tantos abrazos, besos virtuales, diferidos; por las conversaciones íntimas que renacen y creíamos perdidas.

Felices quienes salen cada tarde a aplaudir por el servicio desinteresado, por el trabajo bien hecho y con alegría, por la solidaridad para atender a tanta gente necesitada, sin recursos, abatida, por la esperanza que resurge ante las personas que se dan sin esperar respuesta.

Felices quienes no dejan doblegar su ánimo por las circunstancias, le echan imaginación y ponen música a los vecinos desde sus terrazas, juegan con sus hijos, llaman cada día a la abuela que está sola en su piso, crean y difunden canciones o poemas para que vuelen de nuevo las ilusiones.

Felices quienes, a pesar de un posible contagio, se ofrecen a llevar la comida, las medicinas e incluso dan compañía a muchas personas que lo precisan, haciendo que brillen de nuevo unas miradas llenas de confianza y agradecimiento.

Felices quienes no hacen caso a los sucesos que no aportan nada positivo; quienes buscan desmentir las noticias falsas con la verdad de los hechos; quienes arriman el hombro y alejan de sí el odio, la división, la mentira y solo buscan el entendimiento, el acuerdo y la reconciliación.

Felices quienes hacen de su confinamiento un tiempo para crecer humana y espiritualmente, leyendo, escuchando música, meditando, pintando…; siendo solidario con las causas más justas; llevando entusiasmo a quienes tienen a su lado; haciendo que su casa se convierta en un lugar de espacios infinitos, habitado por la dicha y la acogida.

Felices a quienes estos momentos de incertidumbre no les sumerge en la depresión y el desaliento, poniendo solo impedimentos e inconvenientes, sino que lo sienten como un motivo para buscar soluciones imaginativas, concretas, posibles, para ayudar a crear, en conjunto con otra gente y dentro de sus posibilidades, un mañana mejor, más justo, fraterno y solidario.

Felices a quienes la soledad les invita a sentirse más cercanos a toda la Humanidad; la familia a fortalecer los lazos y recrear la identidad común; las cuatro paredes entre las que se encuentran, a sentirse parte del Universo que les rodea; el silencio a reflexionar y entrar dentro de sí, para buscar lo esencial y valorar lo más importante de la vida.”

Miguel Ángel Mesa Bouzas

viernes, 8 de mayo de 2020

A ellas y ellos, por ser y estar...


Agradecimiento y abrazos en la distancia a ellas y ellos. Por acompañarnos, aliviarnos y salvarnos. 


jueves, 7 de mayo de 2020

Por una iglesia menos clerical y sacramentalista, y más pobre...



“Cómo me gustaría que fuera la Iglesia: menos clerical, menos sacramentalista y más pobre.

Un gran mal de la Iglesia de nuestro tiempo el “clericalismo” (el cual, obviamente, no radica solo en los clérigos, sino también en una cantidad importante de laicos, debemos recalcarlo). Podemos señalar como clericalismo la centralidad de la vida eclesial en el “clero”, sin quienes la vida es pobre, limitada, y casi sin sentido. Ciertamente un infantilismo y paternalismo preocupantes, un “miedo a la libertad” se encierran en esta “Iglesia”, o este modo de ser “cristianos”.


El clericalismo es, claramente, la parálisis por el miedo. el desconcierto de no saber por dónde ir. Es no asumir la mayoría de edad.

Solemos recurrir a las comunidades cristianas en búsqueda del pan eucarístico, el bautismo, la reconciliación, la bendición del amor, el fortalecimiento de los enfermos o un impulso en la madurez. Pero, reconozcámoslo, con frecuencia, o en ocasiones, se parece más bien a recurrir a un tótem que nos da seguridad frente a las inclemencias de la vida. Es cierto que esto, muchas veces, es alentado por el clero (quizás también él totemizado) que, entonces, no puede (y pretende – consciente o inconscientemente – que no puedan) vivir sin una bendición, un espectáculo litúrgico donde un actor actúa (valga la redundancia) y todo un pueblo es espectador (por los medios o las redes sociales), o donde los “fluidos” de una bendición, o la magia, llegan desde un helicóptero, donde “pasea” sea una custodia o una imagen de la Virgen María. Casi como si el pueblo de Dios no pudiera vivir su vida sin recibir el hechizo sacramental o cuasi-sacramental.


Pero el aislamiento ha puesto al pueblo de Dios solo con su espiritualidad, sólo con su creatividad, solo con su eclesialidad. Y hay quienes celebran en sus casas eucaristías, quienes reflexionan, y quienes se unen en la oración. Se ha dicho (Tomás de Aquino) que no se puede obrar el bien sin la gracia. Pero, ¿dónde está dicho que la gracia de Dios se comunica exclusiva y solamente por medio de los sacramentos? ¿Qué Dios sería ese que no puede hacer llegar sus dones y su amor más que por un solo pequeño grupo de medios? Es en la vida diaria, cotidiana, en los dolores y fiestas, en el amor donde también podemos descubrir la gracia de Dios...


No es infrecuente saber de parroquias, curas, comunidades que hacen de los sacramentos una fuente de ingresos (y en ocasiones, pingües ingresos); un ejemplo muy evidente son los casamientos, y en algunos lugares, los funerales. Las misas y bautismos también suelen serlo, aunque – por cierto, que depende de los lugares, y los ministros – en menor dimensión. Hay otros medios que son también utilizados (jornadas o encuentros, para poner ejemplos). El tema de la Iglesia (o los curas) y el dinero, es ciertamente serio, y preocupante en ocasiones. Y a veces grave. Hay países o regiones en los los curas reciben un salario del Estado. 

Podemos trabajar para que cuando todo esto termine, ese sea el rostro renovado que la Iglesia pueda y quiera mostrar a todas, todos y todes.”

Eduardo de la Serna



martes, 5 de mayo de 2020

Creo en pie de igualdad...


“Creo en una Iglesia donde cada cristiana o cristiano asuma su propio ministerio, según las necesidades de su comunidad. 

Creo en una Iglesia donde hombres y mujeres, como Jesús lo quiso, vivamos en pie de igualdad. 

Creo en una Iglesia donde cada comunidad y parroquia escriban su propia historia de salvación, asumiendo su responsabilidad de discípulos y discípulas de Jesús en su entorno local.

Creo en una Iglesia que sea acogedora, abierta a distintas espiritualidades, sembradora de la unidad de todos los cristianos, en diálogo con la Cultura y la Ciencia, en permanente conversión, que ponga a los pobres y excluidos en los primeros puestos de la mesa, signo del Reino de Dios en la gran Familia Humana.”

Juan Yzuel


domingo, 3 de mayo de 2020

Actualizar la imagen de Dios...




“La religión necesita actualizar su imagen de Dios, y dejar de responder con procesiones o rogativas, que solo tienen sentido presuponiendo que es posible un mundo sin mal. 

Hoy sabemos que un mundo sin mal no es más que un mito obsoleto, que religiosamente sueña con paraísos primitivos y freudianamente con fantasías infantiles de omnipotencia. Hoy todos sabemos que el mal es producto inevitable de un mundo necesariamente finito.

Quien cree en Dios tiene la tarea urgente de actualizar su imagen. Un Dios que crea por amor y vive entregado a su creación, pero con una presencia que no puede ser evidente, porque funda y promueve sin interferir, respetando la autonomía de las creaturas: tanto la de las leyes físicas, como sobre todo, las de la libertad.”

Andrés Torres Queiruga

viernes, 1 de mayo de 2020

Malsana esterilidad...



“Cuídate de la tentación de rehusarte al amor; de rechazar el amor, por motivos ostensiblemente espirituales. Ten en cuenta la malsana esterilidad de quienes reclamando el amor a Dios, en realidad, se han dispensado ellos mismos de las obligaciones de amar a alguien, y han permanecido inertes y aturdidos en el pequeño círculo de lo abstracto; enredados con otros pocos que son tan  estériles como ellos mismos.”

Thomas Merton