lunes, 18 de mayo de 2020

Las concesiones oficiales de santidad...


“En la Iglesia, al igual  que en la Casa el Padre hay muchas moradas,  los pensamientos son también múltiples, variados y hasta contrarios entre sí. Es fruto  y feliz consecuencia  de la libertad  que, por la condición de personas,  y más por la de cristianos,  habrá de caracterizarnos permanentemente.

Así  como para muchos  sobran razones  para que Juan Pablo II hubiera sido canonizado aún antes  de su muerte, los  criterios de otros, tan cristianos como los primeros,  no son  coincidentes, sino todo lo contrario. 

Comportamientos, estilos pontificios, su Curia Romana  cuyos miembros fueron elegidos y mantenidos en sus cargos  por él y con su aprobación, no pocos gestos  nada pastorales, ausencia de autoridad y de magisterio  en determinados casos en los que, por ejemplo, en relación con la pederastia,  campeó a sus anchas, el autoritarismo ejercido con parte del clero, la amistad con dictadores y con dictaduras,  la espectacularidad de sus viajes y concentraciones masivas mitigan los grados de la santidad verdadera. También la mitiga el acentuado anti- Vaticano II  que permitió e impulsó a que el estilo de religiosidad  y de cristianismo  no fuera precisamente el del evangelio y el que demandan hoy los tiempos eclesiales y la Iglesia post-conciliar,  sino el de las ceremonias y los ritos.

Exactamente, y en concreto, en el nombramiento de los Nuncios y de los obispos,  en el favoritismo –desarrollo, crecimiento, auge e influenza  de movimientos “religiosos”, como el Opus Dei  y otros, les da la impresión  a no pocos expertos en la materia de que “la elevación al honor de los altares”- no le estuviera reservado con tantas prisas y tanta diligencia.

Los teólogos que no pensaron como Juan Pablo II, o como su guionista dogmático, que habría de sucederle  en el trono pontifico con el nombre de Benedicto XVI, siguen dando fe, contra toda esperanza,  de que el reconocimiento “oficial” de su santidad  no debiera haber estado tan cerca  y tan “¡ya¡”. Un gran listado de teólogos fueron tachados a perpetuidad, y aún condenados y exiliados  de sus respectivas cátedras  de universidades, seminarios, noviciados y colegios “religiosos”, por no pensar y enseñar  en conformidad con los “Nihil obstat” de los correspondientes  censores curiales.  Por su obstinada    intransigencia con las  “secularizaciones” sacerdotales, y las nulidades –“anulaciones” matrimoniales, muchos de estos “mártires” de la burocracia tampoco hubieran  estimulado su elevación a los altares.

En este contexto también hay que situar su acendrada misoginia  pontificia, respecto a la integración  de la mujer  en el organigrama  eclesiástico hasta sus últimas consecuencias, con las limitaciones “dogmáticas” a la participación femenina  en actividades y ministerios sacramentales. El cultivo de la endogamia  eclesiástica acrecentando  el santoral con los nombres de los papas  antecesores suyos,  obliga a muchos a creer que  los papas, por papas,  han de ser todos  ellos oficialmente “santos” o, al menos, “beatos”, con la excepción del bendito papa Juan Pablo I.

Estos y tantos otros argumentos documentados  por historiadores, y vividos  por teólogos y moralistas “mártires”, llegan a convencer a muchos de que al diccionario de la RAE  le falta acoger en sus doctas páginas  el término “descanonizar”, aplicable a Juan Pablo II, a otros y a otras, cuyos nombres siguen estando  registrados en el Santoral o Año Cristiano, con todos los honores, misas, triduos o novenas.”

Antonio Aradillas

(Artículo completo en Religión Digital)