“Somos muchas las mujeres cristianas en el mundo que experimentamos conmocionadas y comprometidas que la violencia y la injusticia con las mujeres en el interior y en el exterior de la iglesia no pueden tener la última palabra.
Aquel que murió de vida, por anunciar el Evangelio como una Buena noticia de liberación para las mujeres nos cubre con su Ruah creativa y resiliente en el compromiso y la exigencia de la ekklesia de Jesús como comunidad de iguales, hasta que las últimas sean las primeras.
La Pascua renueva nuestro convencimiento de que el Resucitado es el Crucificado, encarnado también en las crucificadas de la historia. Con ellas nos invita a alumbrar de nuevo la iglesia y la mesa inclusiva de la sororidad. Por eso la Pascua es tiempo de renovar sueños y compromisos:
Soñamos y trabajamos por una iglesia que rompa con la antropología patriarcal que legitima la subalternidad y la discriminación de las mujeres. Frente a ello proponemos una antropología relacional basada en las relaciones de mutualidad. Una antropología que recupera imágenes y lenguajes sobre la divinidad, también femeninos, ignorados tradicionalmente en la historia de la iglesia, pero que sin embargo forman parte de la revelación bíblica. Una iglesia que elimine el lenguaje patriarcal y sexista de homilías, textos y documentos y se atreva a interpretarlos, no sólo para leer la Biblia y vivir el evangelio de otro modo, sino para que sean liberadores para la humanidad entera.
Soñamos y trabajamos por una iglesia que reconozca, de hecho, que los cuerpos de las mujeres son cuerpos a imagen y semejanza de Dios y por tanto aptos para representar lo divino y nunca objetos de explotación y violencia.
Soñamos y trabajamos por una iglesia que favorezca la cultura del cuidado, el buen trato y las relaciones horizontales en todos sus espacios. Una iglesia con tolerancia cero con la pederastia y las violencias machistas, dentro y fuera de ella misma. Una iglesia que mire a los ojos a sus víctimas y se ponga de su parte poniendo en marcha mecanismos que hagan posible la justicia, la reparación y la prevención.
Soñamos y trabajamos por una Iglesia en la que las mujeres seamos miembros de pleno derecho. Porque en un mundo en el que las mujeres tenemos responsabilidades políticas, sociales, económicas y de gobierno, resulta incomprensible y anacrónico nuestra escasa representación en los principales órganos consultivos, de discernimiento y de decisión de la Iglesia.
Soñamos y trabajamos con una Iglesia que reconozca la plena ministerialidad de las mujeres. Que no nos niegue ni el don, ni la gracia, ni la vocación, ni el derecho, en virtud de nuestra consagración como bautizadas y en la que desaparezca todo tipo de discriminación por razón de sexo.
Soñamos y trabajamos por una iglesia que se nutra y reeduque desde las aportaciones de la teología feminista, para hacer una lectura crítica y una reflexión de la propia experiencia y del evangelio, convencida que el evangelio no puede ser proclamado si no se tiene en cuenta el discipulado de las mujeres.
Soñamos y trabajamos por un iglesia comprometida contra la feminización de la pobreza y de la violencia de género dentro y fuera de ella misma, que respete la libertad y la adultez de mujeres y repiense la moral, especialmente la sexual y la económica, desde la perspectiva de las mujeres.
Soñamos y trabajamos por una iglesia que se abra al diálogo y la cultura de los movimientos de liberación de las mujeres, subrayando que la igualdad que buscamos no consiste en repetir el modelo masculino ni su comportamiento, sino la igualdad de derechos en una sociedad y en una Iglesia con palabra también de mujer y fundada en relaciones de justicia.
En este camino de sueños y compromisos compartidos sabemos que no estamos solas y que aquellas mujeres de la primera Pascua (la mujer del perfume, María Magdalena, María de Nazaret, Salomé, Juana, María la de Cleofás) nos hacen un guiño cómplice.
Pepa Torres