“Ya ahora, somos resurrección y vida.
La realidad a la que apunta la metáfora de la resurrección escapa a las coordenadas espaciotemporales, es decir, no es algo que pueda suceder en el tiempo y en el espacio. Apunta a la vida, la consciencia, la dimensión profunda de lo realmente real, aquella que permanece cuando todo cambia, a la plenitud de presencia que sostiene y constituye todo este mundo de formas cambiantes. En nuestra identidad profunda, somos precisamente esa plenitud de presencia (“resurrección y vida”, en palabras del evangelio) que trasciende el espacio-tiempo, sin principio y sin final.
La vida no es algo que tenemos, sino lo que somos. Lo que tenemos, lo podemos perder; lo que somos, permanece. La resurrección de Jesús es la proclamación irrefrenable de que la muerte no es sino un "paso" en el que, paradójicamente, despertamos a la Vida que somos. La Vida que somos no muere jamás.
La clave radica en abrirnos a nuestra verdadera identidad transmental y permanecer conectados conscientemente a ella y a la Vida. Eso es vivir resucitados.”
Enrique Martínez Lozano