“¿Por qué, en una versión eclesiológica centrada en la dignidad bautismal, los vínculos entre los sexos están desequilibrados en las muchas formas que conocemos, oscilando entre la demonización y la idealización de lo femenino sin solución de continuidad? No se puede dar una respuesta sin sumergirse en el sombrío reino de los imaginarios culturales en los que se expresa la diferencia sexual.
La trama patriarcal que interrumpe los justos lazos entre mujeres y hombres, (desde el punto de vista emocional, interpretativo, legal, simbólico y práctico) está llena de esas contradicciones que el inconsciente puede permitirse. Sin poder hacer un examen en profundidad, subrayamos cómo muchas veces se establece un imaginario patriarcal que exalta y desprecia lo femenino al mismo tiempo. La mujer así dibujada es paradójicamente demasiado angelical y demasiado demoníaca para ser escuchada en lo que tiene que decir o para que se le permita actuar.
La impresión de una incompatibilidad natural con lo sagrado y con el espacio público pesa sobre lo femenino, incompatibilidad que situaría a las mujeres fuera de lugar en ambos contextos. Esta incompatibilidad se compone de “demasiado” y de “poco”: demasiado maternal, demasiado afectiva, demasiado relacional y demasiado corpórea, por un lado; pero por otro, poco racional, poco sistemática, poco política y poco espiritual.
La mujer es irrelevante a nivel de intercambio concreto de perspectivas sobre el mundo, también de perspectivas teológicas. Toda la operación para suprimir o soterrar estos puntos de vista responde a esta trama contradictoria, aunque muchas veces los argumentos esgrimidos tengan un tinte luminoso o idealizante. Estas demonizaciones están acalladas, bien porque no se reconocen, o bien por estrategia.
El punto medio es, sin embargo, perjudicial porque neutraliza todo lo que cuestiona el sentido unitario de la realidad. Porque, de todos es sabido, esto es lo que hacen las mujeres: expresan malestar y deseos que desenmascaran la parcialidad de las tradiciones que no las incluyen y que aún no las quieren incluir y, de esta manera, abren la discusión a muchas otras diferencias.
Desde ese punto de vista, las teologías de las mujeres son inquietantes por el desafío que comportan, es decir, salvar lo particular. Hablan de cuerpos, sentimientos, opresiones, vida e historias, quizás porque están menos preocupadas por lo que está por terminar y mucho más atraídas por lo que está naciendo.
Así emprendieron los caminos de los procesos pascuales que pasan por la existencia. En este sentido, no se trata de teologías progresistas: no es lo nuevo lo que atrae, sino el florecimiento del ser.”
Lucía Vantini