“En la experiencia mística todas las religiones confluyen, eso es lo hermoso. A este respecto me gusta mucho la metáfora de la montaña: cada religión sube por una ladera diferente. Una está nevada, otra florida, otra árida…; pero en la cima todas confluyen.
En la experiencia mística hay, en todas las tradiciones de sabiduría, una afinidad enorme. Esto revela para mí algo fundamental: que el silencio es una esperanza para la humanidad. El silencio fomenta lo que nos une, no lo que nos diferencia. El problema de la palabra es que, en el mejor de los casos, puede generar afinidad, intelectual o sentimental. El silencio, en cambio, genera algo más profundo: la comunión.
Y es que, por encima de lo que cada cual piense o crea, lo cierto es que estamos unidos, que compartimos el ser. Creo con Rahner que el siglo XXI será místico o no será, y también creo que estamos asistiendo hoy a un resurgir espiritual.
El cristianismo no puede presentarse en Occidente hoy como la visión hegemónica, más bien debe sumarse a la configuración de una nueva espiritualidad.
Al igual que la inteligencia puede degenerar en intelectualismo, el rito en ritualismo, el sentimiento en sentimentalismo, pues la religión puede degenerar en fanatismo o fundamentalismo. Pero se trata de una degeneración, y que no solo es posible, sino que es un hecho.
Una persona espiritual se caracteriza, en mi opinión, porque es eminentemente práctica. Las actitudes que la meditación genera (atención, receptividad, escucha, acogida) se extienden poco a poco a la vida. Todos los místicos y profetas de la historia han chocado, antes o después, con sus contemporáneos.”
Pablo d’Ors