miércoles, 15 de julio de 2020

Dios ni otorga privilegios ni discrimina...




“En la historia, y más aún en la de la Iglesia, la diferencia ha estado vista bajo sospecha y amenaza, quizás como lastre heredado de una teología trinitaria más al servicio de un Dios todo poderoso y controlador que del Dios-Relación, comunidad de amor, que asume e integra diferencias sin asimilarlas, como nos revela Jesús.


Un Dios que rompe con todo exclusivismo religioso y cultural y al que se le rinde culto en espíritu y en verdad, allí donde emerge la autenticidad, la transparencia, donde brilla lo más auténtico del ser humano, lo más hondo.


Un Dios cuyo culto y adoración no está vinculado a un lugar físico o un espacio privilegiado sino más bien a una actitud indispensable, una posición existencial imprescindible: la honradez con lo real, la reverencia ante el misterio de proximidad en que se encarna y a hacerlo en espíritu y en verdad, lo cual es posible para cada ser humano, cada pueblo, y cultura de la tierra.


Por otro lado la globalización y la movilidad humana nos desvelan una verdad que nos sigue costando reconocer y asumir: no somos hijos e hijas únicas, ni nuestra cosmovisión es superior a otra. La identidad de un pueblo, una cultura, una religión no es una realidad estática sino dinámica y precisamente sólo en el diálogo y el tejido de las diferencias, desde el entramado de la vida compartida, se pueden desarrollar aspectos inéditos que las culturas, los pueblos y las espiritualidades y las personas portamos seminalmente.


Porque la diferencia es también algo que llevamos dentro. Es también lo que todavía no ha sido escuchado profundamente, mirado, acogido. Es una posibilidad por estrenarse en la danza de la vida entendida como relación e interdependencia. Por tanto la diversidad no es una amenaza para la comunión sino justo su condición.


El misterio de trascendencia e inmanencia que llamamos Dios es una realidad viva en el arco iris de la humanidad y del cosmos y no una verdad estática encerrada en un dogma. Como afirma Panikker la verdad es siempre relacional y cada ser humano y cultura es una fuente ontónoma de auto comprensión.


El mundo, la vida, el misterio en el que somos, nos movemos y existimos, no puede ser completamente visto e interpretado través de una única ventana. Es urgente superar el etnocentrismo y descolonizar la teología, la convivencia y la vida cristiana en general. Necesitamos vivir una fe que sea más intercultural.


Hoy entendemos la interculturalidad como una forma de vida consciente en la que se va fraguando una toma de posición ética a favor de la convivencia con las diferencias. La interculturalidad es una actitud y un enfoque filosófico que  intenta ir más allá de todo centrismo apostando por no conceder privilegios a priori a ningún sistema conceptual o tradición.


La interculturalidad como un sentir emergente en la teología promueve la conciencia de igualdad y reciprocidad entre la diversidad de culturas, la interacción y comunicación simétrica buscando diálogo entre iguales y sin jerarquizaciones previas. Su punto de arranque es por tanto la apertura a la pluralidad de textos y contextos considerados todos ellos como fuente de conocimiento y sabiduría y el atrevimiento a repensar de nuevo la propia tradición a la luz del diálogo crítico con otras tradiciones.”


Mª José Torres