“Una de las funciones de la religión patriarcal es la de exorcizar los miedos a través de la dominación y la exclusión. Y ese exorcismo no sólo aconteció a nivel simbólico y discursivo, sino también en las prácticas históricas concretas.
Por eso se pueden señalar las contradicciones inherentes a la religión patriarcal, excluyente no sólo de las mujeres y de los diferentes (las personas y grupos que escapan a los patrones considerados normales), sino también de la naturaleza y sus energías. El dominio masculino del establishment tuvo que ser hegemónico en casi todos los niveles de la actividad humana y particularmente en el religioso.
Las mujeres, como todos los seres en el orden patriarcal, deben obedecer a un patrón social preestablecido. Entran en la dinámica de la cultura de la obediencia, casi sin percibir que obedecen sin opción y participan de una igualdad idealizada y jamás efectivizada en la vida real ni en las relaciones cotidianas. En la religión patriarcal, pretender hacer creer que Dios confirma ese orden vigente.
La religión, institucionalmente, le hace el juego al poder establecido. No se dice públicamente lo que se piensa cuando está en juego su interés, su poder o su supervivencia. El mundo de la religión institucionalizada parece obedecer a las mismas reglas de apariencia e hipocresía presentes en otras instituciones, aunque intente aparecer como defensora del derecho y de la justicia en nombre de Dios.
Los discursos religiosos están lejos de las condiciones reales y de los proyectos actuales de la sociedad. La impresión que se tiene es que hablan de soluciones a partir de un mundo desconocido y que proponen caminos que incluso no son vividos en el interior mismo de las instituciones religiosas. Se tornaron instituciones poderosas con un sofisticado sistema de protección y un discurso oficial hermético.
Silencios, omisiones, connivencias, concesiones, complicidades, pautan los comportamientos institucionales de la religión.”
Ivone Gebara