“La sociedad se está transformando de una forma acelerada y la Iglesia, paralizada por el peso de los años, la fuerte jerarquización, las arrugas de los escándalos de poder y sexuales, el miedo al asociacionismo femenino que reducen a la mujer a una mera ideología, el papel de los laicos como actores secundarios o el fuerte clericalismo, hacen que todo el aparato institucional está viviendo horas bajas. La Iglesia no sabe ni tiene coraje para transformar tanta mediocridad acumulada y no es capaz de navegar en los mares de la historia actual. Para mí ha perdido la capacidad de amar, de profecía y de transformación del mundo, hoy no tiene nada que decirnos. Me da pena y se acumula una fuerte decepción en el corazón, a pesar de todo todavía mantenemos la fe y nos abrazamos a ese Dios de la misericordia y del amor.
Una Iglesia que tiene todavía rasgos medievales en muchas de sus organizaciones, no sirve ni para asentarse en el mundo actual, para acoger las diferentes realidades, ni para transmitir el evangelio en los nuevos foros que demanda la sociedad. Yo creo que debe empezar por una renovación espiritual de su jerarquía para poder presentarse en el mundo.
La sociedad busca a Jesús, no a la Iglesia. De ahí el fariseísmo de muchos dentro de la institución al faltarle un verdadero encuentro con Jesús que ha generado en formulismos, cumplimientos y legalismos, no tanto el encuentro con el hombre actual y sus problemas, con los jóvenes, con la mujer que pide su espacio en la sociedad y en la Iglesia, con los laicos. Las estructuras eclesiales son necesarias, pero deben estar al servicio de la vida y al servicio del crecimiento de la fe. En tiempos de Jesús se ejerció la autoridad religiosa con autoritarismo y en vez de servir se usaba al pueblo para sus intereses. Aquí todos quieren ser el primero, pero nadie el último. No encuentro y, miro y miró, ese sacramento de fraternidad.
Sueño con otra forma de Iglesia, donde podamos poner en el centro a Jesús. Un Dios encarnado, que con su vida, muerte y resurrección nos ha ofrecido la mejor oferta de amor que la humanidad ha conocido. Eso nos impulsa a un compromiso de fidelidad y responsabilidad con ese amor y con el programa del reino: las bienaventuranzas.
Necesitamos una Iglesia con suficiente madurez para hacer creíble todo lo que hace y dice.”
Juan Antonio Mateos Pérez