“Veo con tristeza que la institución que se presenta como Iglesia católica de Jesús, en tiempos de tanta gravedad, sigue aferrada al pasado en sus creencias e instituciones, dedica casi todas sus energías a asuntos internos, y limita sus proyectos de reforma a triviales cuestiones de fachada y de aseo.
La Vida es permanente novedad en su Fuente indecible y en todas sus formas visibles. El Soplo vital originario, que es también el Espíritu universal de Pentecostés, nos llama a transformar radicalmente la institución de la Iglesia para contribuir con la inspiración de Jesús a la urgente transformación del mundo.
Los tres sínodos generales celebrados, con todo su fasto y su derroche excesivo, no han traído ninguna novedad de fondo, ningún avance decisivo, y nada anuncia que el cuarto, el “sínodo de la sinodalidad”, vaya a romper con la raíz principal de los males de la Iglesia: el clericalismo.
El clericalismo que relega a la mujer, que reprime el cuerpo y la sexualidad en general y la homosexualidad y las diferencias de género en particular. El clericalismo que se traduce en dominación y en abusos y agresiones. El clericalismo que divide y separa, el clericalismo que se opone a las palabras de Jesús: “No haya entre vosotros ni padres, ni maestros ni señores, pues todos sois hermanas y hermanos”.
La Iglesia no podrá ser presencia inspiradora, sanadora, liberadora en este mundo en grave peligro, mientras no erradique de su seno la raíz clerical, ligada a la ambición de poder. Y, para erradicar esa raíz dañina, no bastará con dar la voz y el voto en el sínodo a dos o tres mujeres, ni con ordenar como sacerdotes a varones casados de virtud probada, ni con ordenar diaconisas de segundo orden. Es necesario derogar la idea misma del “orden sagrado” con el papado en su base, y la ideología patriarcal y la lógica del poder sagrado sobre las que descasa. Y la imagen de Dios que la sostiene.
Volvamos al camino y al espíritu de Jesús. Volvamos a la Fuente de toda fraterno-sororidad.”
José Arregi