domingo, 31 de octubre de 2021

Discriminación en la iglesia (3ª parte)…


 “A lo largo de la historia, las mujeres serán presencia principal en la transmisión de la fe. Sin embargo, dentro de la Iglesia, tanto las mujeres como el pueblo de Dios, quedaron relegados a una simple asistencia de cumplimientos sacramentales, ritos, catequesis, sin implicación en puestos de gobierno, porque todo fue pasando a manos del clero que, entre religiosos, curas y monjes, lo clerical creció como un gran ejército, quedando las mujeres y el laicado al margen de todo. Bajo un imperio cada vez más poderoso y controlador.

Hoy, en el siglo XXI, la exclusión de la mujer en la Iglesia NO queda atenuada por los puestos de responsabilidad que el Papa Francisco ha ido otorgándonos. 

Solo el pleno reconocimiento de igualdad entre varón y mujer como hijos e hijas de Dios, hará justicia a dos mil años de silencio impuesto y exclusión injustificada hacia las mujeres.


No reconocer y aceptar la llamada vocacional de las mujeres al sacerdocio en favor de las gentes, es un pecado contra las inspiraciones del Espíritu Santo, que es quien llama y envía. Esto ya no tiene justificación ni espera.


Lo que es propio de todo bautizado (la realidad sacerdotal) tiene que aplicarse ampliamente y no ser reducido a una élite privilegiada y aparte de solo varones. Ya no. Ahora, cuando parece que la jerarquía quiere negociar con nosotras el puesto de la mujer en la Iglesia, es importante “no dejarnos vender por un plato de lentejas”. Vamos por el todo en el reconocimiento de la igualdad. Ya no es tiempo de medianías.


Atrevernos a desafiar el sistema es saber decir: NO ES NO. No se trata de hacer una Iglesia gueto, es abrir una posibilidad nueva, que lleva siglos encarcelada. Abrir las puertas a Cristo es hoy abrir las puertas a las mujeres con rostro del Jesús terreno-crucificado-resucitado. Abrir este camino nuevo, caminarlo ejerciendo nuestras convicciones interiores, iluminadas por el Espíritu Santo es profecía, reto y tarea. Y no temer a nadie, no renunciar a nosotras mismas en el Dios que nos vive.


El cristianismo es más una realidad carismática-profética, que una Institución eclesiástica que carga la vida de la Iglesia de normas, preceptos, leyes, decretos, prohibiciones. Una estrechez que ahoga el aire del Espíritu Santo y asfixia lo carismático.


El cristiano ha de vivir confrontado con Jesús y su Evangelio ¡nada más! En la Iglesia debe brillar lo carismático y la frescura del Resucitado. Desafiar el sistema es una responsabilidad profética de todos.


Lo determinante de ser cristiano es el amor que crea la reconciliación y comunión con toda la humanidad, con toda la creación. Hombre y mujer formamos el ser y personalidad de Cristo, sin distinción de género.”


Anna Seguí, OCD