“El paradigma espiritual que ha regido en Occidente durante estos últimos siglos está acabado, esos son los hechos.
Con su persistente visión dogmática, tan excluyente como intolerante, la Iglesia católica corre en mi opinión el riesgo de quedarse convertida en una triste caricatura no solo de lo que fue, sino de lo que podría ser. No soy, desde luego, el único que cree que la Iglesia no está respondiendo como debería a esta nueva situación global. Los cristianos seguimos sin estar en esta época a la altura de las circunstancias. El peso del pasado y la fuerza del miedo son tan poderosos que la fe corre el serio riesgo de convertirse (si es que no se ha convertido ya) en una cosmovisión trasnochada y en una práctica residual, abrazada solo por individuos y grupos más o menos extravagantes y marginales. Así será sin ningún género de dudas si no se toman pronto y decididamente algunas medidas.
Sé positivamente que son muchos los que buscan una recuperación de lo religioso desde claves que, por mucho que les pese, no responden a nuestro lenguaje y sensibilidad.
La cuestión es que la espiritualidad ha sido en Occidente, hasta hoy, patrimonio prácticamente exclusivo del cristianismo. Pues bien, esa exclusividad se ha terminado, esto es lo que hay que entender. Se ha terminado en Europa (y probablemente en el mundo entero) la hegemonía de los cristianos; y este final es una buena noticia. Esta es mi declaración: los cristianos no somos los mejores, ni mucho menos los únicos. Pero podemos caminar con otros. Podemos colaborar significativamente en la configuración de un mundo mejor, más espiritual, más acorde con lo que en la jerga cristiana se llama voluntad de Dios.
No pretendo hacer aquí un detallado análisis socioteológico de la situación actual, sino tan solo hacer notar que el único cristianismo con futuro es aquel que no sea dogmático, ni intolerante, ni excluyente, ni hegemónico.
Como cristiano (y estoy seguro de que hay legión que lo piensa como yo) no presumo de tener la verdad, sino de buscarla junto a todo el que quiera hacer esta aventura a mi lado y en la máxima humildad. Como cristiano quiero colaborar, con tanta modestia como valentía, a reformular la fe, a recrearla desde el nuevo paradigma de la consciencia. Se trata de un desafío enorme. Es previsible que nos acechen dificultades de toda índole. Hoy no hacen falta nuevos movimientos eclesiales (ya hay muchos), sino personas y grupos, redes, que quieran formar parte de la nueva corriente espiritual que se está fraguando en la humanidad.
Esta actitud de humilde colaboración con otros buscadores no cristianos, con otras religiones, con otros planteamientos, no la asumimos para no perder cuotas de poder (una batalla perdida y antievangélica), sino por fidelidad al legado universal de Cristo, por escucha amorosa a nuestros semejantes y por imperativo de nuestra conciencia. La asumimos porque de hecho nos sentimos unidos a todos con independencia de su confesión o de su agnosticismo. De modo que no se trata de una moda pasajera o de una aspiración indefinida, sino de un sentir profundo, de una necesidad estructural, de una propuesta fundamentada y articulada, aunque todavía incipiente.
La hora del cambio espiritual ha sonado, y la Iglesia católica no debe ser una fuerza de oposición, sino más bien de colaboración en la construcción de un mundo mejor.”
Pablo d’Ors