“La cultura de los derechos humanos está ausente de la organización eclesiástica, que se configura con una estructura estamental (clérigos y laicos, Iglesia docente e Iglesia discente, jerarquía y pueblo de Dios), funciona al modo jerárquico piramidal (pastores-rebaño) y rechaza la democratización alegando que es de institución divina y que tiene fines espirituales. Lo que choca, de entrada, con el título de Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano que ostenta el Papa.
Por eso, la transgresión de los derechos humanos en la iglesia católica no es una patología más, sino una práctica estructural, inherente al paradigma eclesiástico que no se corresponde con la intención del fundador ni con los orígenes del cristianismo.
El Papa y los Obispos católicos defienden los derechos humanos en la sociedad y denuncian su transgresión, pero desconocen e incumplen los derechos de los cristianos y las cristianas en el seno de la Iglesia. Defienden la libertad en la sociedad, pero se olvidan de la libertad cristiana, reconocida de múltiples formas en los textos fundantes del cristianismo.
Algunos ejemplos de ello:
- Las mujeres son excluidas del sacerdocio, del episcopado y del papado, y de igualdad en los puestos de responsabilidad eclesiástica, alegando que Jesús fue varón y que solo puede ser representado por varones. Se convierte así a Jesús de Nazaret en una persona machista, cuando lo que puso en marcha fue un movimiento igualitario de mujeres y de hombres.
- Se obliga a los sacerdotes a ser célibes y a renunciar al matrimonio, cuando teológica e históricamente no existe una vinculación intrínseca entre sacerdocio y celibato.
- No se reconocen ni se respetan libertades como las de expresión, investigación, cátedra e imprenta. Hay decenas de teólogas y teólogos condenados por sus escritos y declaraciones públicas, a quienes, además, se les obliga a someter a censura previa todo lo que escriben. Hasta en algunos casos, libros publicados con ‘las debidas licencias’ eclesiásticas son retirados de la venta.”
Juan José Tamayo