“Sigo comprobando que desgraciadamente la definición de Espiritualidad del diccionario sigue vigente en el universo simbólico de gran parte de nuestro pueblo para expresar una realidad contrapuesta a lo material, corporal, lo no carnal, al no disfrute de la vida, a lo no temporal; y otro bloque de contenidos hace referencia al mundo de la oración, meditación, celebración, lo "que tiene que ver con "lo religioso", "lo de Dios", lo “eclesiástico”
Así es, para muchas personas aún hoy ser espiritual es dedicarse a las cosas “divinas” como la oración, pero no a la política y a la economía, ni a la cultura, ni la defensa de los derechos humanos, de la tierra, de la justicia, ni a la lucha por la supervivencia, ni a las cosas cotidianas, ni al esfuerzo por transformar este mundo, ni a la búsqueda de felicidad y el descanso necesario. Todo esto son cosas muy humanas, no espirituales.
Esta concepción que procede de una cosmovisión dualista de la realidad que ha contaminado la vida, gran parte del pensamiento filosófico, teológico, espiritual y que aún sigue vigente en muchas personas y maneras de interpretar la realidad ha provocado una especie de muerte de la espiritualidad.
Porque la espiritualidad así entendida se convierte en una abstracción, en una alienación y eso conlleva una serie de comportamientos que, de hecho, la han degradado porque la han alejado de las realidades de la vida cotidiana, de la identidad humana, de la búsqueda del placer y la felicidad, de la lucha por la justicia y el compromiso con los cambios que este mundo nuestro necesita.
Además, al vincularla a la religión, en nuestro caso español a la religión católica, ha provocado un fuerte rechazo en la misma medida en que parte de la población ha ido abandonando y rechazando creencias religiosas, concepciones de la vida, cultos y exigencias morales que les resultan ya imposibles de asumir.
Por tanto la “muerte” de la espiritualidad se debe en gran parte a que es un término que ha sido contaminado por el dualismo, desgastado y empobrecido al reducirlo a la religión y dentro de ella al culto, celebraciones, oraciones…
Para poder devolverle la vida que encierra y por tanto “resucitar” esta realidad resulta imprescindible re-codificarla antes de poder hablar de un resurgir de la espiritualidad en nuestro momento histórico.
Es decir, resucitar la espiritualidad como aliento vital, como manifestación de nuestro talante y actitud ante la realidad, como revelación de nuestro modo de situarnos en la vida, del compromiso por defenderla ante todos los mecanismos de muerte y saber afrontar lo real en toda su riqueza y complejidad. Según esto alguien nos podría decir “dime cómo te sitúas ante la realidad y te diré cuál es tu espiritualidad”.
Para la comunidad cristiana espero y deseo que la espiritualidad así vivida nos haga testigos visibles del Dios Amor invisible. Entonces no sólo veríamos resucitar la espiritualidad sino que nos convertiríamos en personas portadoras de resurrección y capaces de resucitar una sociedad nueva, un mundo nuevo, una tierra nueva habitable y llena de vida.”
Emma Martínez Ocaña