“Quiero decir, ante todo, con claridad y firmeza: el Evangelio no es la Religión. Si nos atenemos a lo que dicen los Evangelios, la Religión mató a Jesús. Es decir, la Religión de los sacerdotes y el templo se dio cuenta de que era incompatible con Jesús. Por eso lo condenó a muerte. Y no paró hasta que lo vio ejecutado en la cruz.
La mayor equivocación de la Iglesia ha sido fundir y confundir la Religión con el Evangelio. De forma que, como sabemos, el Evangelio se lee, en la liturgia de la Iglesia, como un componente o una parte (breve) de la Religión. Y así, con eso lo que se ha conseguido es vivir en una incesante contradicción, que se traduce y se concreta en miles de contradicciones.
Se elogia y se recomienda la humildad de los pequeños y los desgraciados desde la grandeza solemne de nuestras catedrales. Se exhorta a vivir cerca de los pobres desde los palacios en que viven los obispos. Se recomienda el desprendimiento de la riqueza y el dinero haciendo miles de inmatriculaciones de grandes monumentos, fincas, posesiones y tantas otras propiedades que no conocemos.
Se predica la libertad de los creyentes callándose ante los atropellos sociales y políticos, para no ser indiscretos ante los políticos o ante las grandes fortunas. Se predica la “pureza” de los heterosexuales al tiempo que se abusa de menores inocentes, que quedan destrozados en su intimidad para el resto de su vida.
Y así sucesivamente, hasta una lista interminable de hombres ambiciosos, con sus ambiciones bien disimuladas, engañándose a sí mismos para poder (sin ser conscientes de lo que hacen) engañar a los que mandan y subir ellos los escalones que les quedan por escalar, para llegar a lo más alto posible. Todo esto no es maldad. Es engaño. Porque están convencidos que lo determinante y lo que importa en la vida es el poder.
Cuando sabemos de sobra que el Poder Absoluto de Dios se despojó de su rango, se hizo un esclavo de todos, empezó a vivir en un establo, entre basura y estiércol, para acabar sus días como nadie quiere acabar, colgado de un palo.”
José Mª Castillo