“Es verdaderamente justo y necesario responder a la nueva presencia de las mujeres en la sociedad y reconocer formalmente su participación en la Iglesia, superando la tradicional marginación debida a los también tradicionales prejuicios sociales.
En cuanto a la urgencia para que la Iglesia católica admita la ordenación de mujeres, yo creo que no da espera. Es urgente. Pero no como alternativa para solucionar la escasez de clero, lo cual no es ni puede ser argumento teológico para proponer la admisión de las mujeres al sacramento del orden. Sino como superación de la inequidad que implica su exclusión.
El Vaticano II presentó la conversión eclesial como apertura a una reforma de estructuras, pero la curia romana no está interesada en hacer cambios.
Si me refiero a la conversión en la Iglesia es porque la apertura a la ordenación de mujeres supone un cambio no solo de estructuras sino de mentalidad, que es un cambio mucho más difícil porque implica cambios de paradigmas y cambios de actitudes, en especial por parte de la jerarquía que tiene que renunciar a interpretar su ministerio como ejercicio de un poder recibido por el sacramento del orden y decidirse a vivirlo como un servicio según el ejemplo y la propuesta de Jesús en el evangelio de Mateo: “el que quiera ser grande, que se haga servidor”. En todo caso, en las estructuras actuales de una Iglesia clerical, que es al mismo tiempo jerárquica. kiriarcal y sacerdotal, las mujeres seguirán siendo discriminadas y solo podrán ser debidamente reconocidas y ocupar el lugar que les corresponde en una Iglesia de comunión, incluyente y ministerial.
Las mujeres no podemos y no debemos continuar silenciadas, invisibilizadas y marginadas en la Iglesia católica. Pero matizando un poco las palabras, que suenan un poco fuertes: revuelta, revolución, exigir. Creo, más bien, que podemos y debemos contribuir a los cambios urgentes que son necesarios en nuestra Iglesia.
El machismo clerical está globalizado, forma parte de la llamada “formación sacerdotal” que recibe el clero católico, en la que pesan el imaginario patriarcal y el imaginario sacerdotal. El imaginario patriarcal en el que las mujeres eran consideradas, además de peligrosas, inferiores y que explica que fueran excluidas de la ordenación; el imaginario sacerdotal asociado a la potestas sacra que el sacramento del orden les confiere y por el cual entran a pertenecer a un grado superior en la estructura eclesiástica al cual no pueden pertenecer quienes no han recibido este sacramento. Y, en últimas, imaginario patriarcal e imaginario sacerdotal confluyen, se funden, en el imaginario del poder sagrado.”
Isabel Corpas Posada