“La exclusión de las mujeres del sacramento del orden no responde a argumentos teológicos sino a circunstancias culturales e históricas que han cambiado y a las cuales es de esperar que, como Ecclesia semper reformanda, se adapte nuestra Iglesia católica.
Pero no va a ser fácil dar el paso, dado que quienes tienen la última palabra al respecto, los hombres de Iglesia, han sido formados en un imaginario al mismo tiempo patriarcal y clerical, y creo que puede costarles trabajo admitir que los argumentos que se han dado no son teológicos, sino argumentos de autoridad, como son los vetos del magisterio pontificio fundamentados en la teología medieval.
Lo interesante de estos vetos es que se refieren concretamente a la ordenación sacerdotal de mujeres y al sacerdocio femenino, justificándolos en que Cristo solamente escogió varones como sus apóstoles, en que la tradición de la Iglesia ha imitado a Cristo y en que el magisterio ha establecido que la exclusión de las mujeres al sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia, caracterizando a los apóstoles como sacerdotes.
Pero resulta que Jesús no fue sacerdote, ni ordenó sacerdotes, ni los apóstoles eran sacerdotes. Por el contrario, el Nuevo Testamento representa una ruptura con la mediación sacerdotal del Antiguo Testamento al afirmar que el único mediador es Cristo Jesús a quien la carta a los Hebreos da el título de sacerdote único.
Por esta razón, en las primeras comunidades de creyentes, que se reunían en las casas para partir el pan, no había sacerdotes y sus dirigentes ejercieron diversidad de servicios que no tenían carácter sacral, servicios que en las cartas pastorales se concretaron en los ministerios de obispos, presbíteros, diáconos varones y mujeres, además del orden de las viudas, similar al de los presbíteros, pero que, al igual que el de los doctores, pronto desaparecería.
El hecho histórico, en todo caso, es que el sacerdocio se coló uno o dos siglos después en las prácticas de la Iglesia y, por lo tanto, no corresponde al proyecto de Jesús.”
Isabel Corpas Posada