jueves, 6 de agosto de 2020

Un rito organizado por hombres para reforzar el poder sagrado de unos hombres...



“En el siglo I de nuestra era, años 50 - 100, los pocos seguidores de Jesús solían reunirse para conmemorar la vida de su Cristo. Lo hacían en casas particulares: cenas fraternales y solidarias. Reproducían la última cena jesuánica. De las casas particulares se pasó a lugares comunes, embriones de las iglesias. 


A partir del siglo II, en sinagogas o centros comunitarios, las cenas declinaron y desaparecieron. Las reuniones se limitaban a oraciones, cánticos, homilías.


Todo cambió o se aceleró a partir del año 313. El emperador Constantino dio carta de naturaleza al Cristianismo, albergó en sus basílicas a los cristianos, se impuso el latín como lengua común y mandó construir iglesias tan espaciosas para dar cabida al creciente número de creyentes.


Del siglo IV al VIII, la Eucaristía (acción de gracias) sufre un importante cambio de significado. En base al dogma de la divinidad de Jesús proclamado en Nicea, se pasa a considerarla sacrificio como valor central.


Entre los siglo IX y XV, los teólogos especulan sobre la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Surge el término “transustanciación”: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Jesús. La Misa es la reproducción del “sacrificio”, el que Jesús culminó en la cruz. Se celebra en el “altar”, como los antiguos sacrificios judíos. Los sacerdotes son los funcionarios sagrados encargados de realizar ese sacrificio. Los fieles acuden pasivamente a esa Misa y se limitan a adorar al Señor en esa Eucaristía. Pero no comulgan, acaso por reverente temor. En el siglo XIII, el Concilio Lateranense IV tuvo que disponer y obligar a comulgar una vez al año por Pascua Florida...


A partir de ese siglo, surgen multitud de devociones y manifestaciones eucarísticas. Elevación del cáliz y de la hostia, exposición del Santísimo, fiesta del Corpus Christi, congresos eucarísticos, etc.


Durante un milenio, a nadie se le ocurrió hablar de la “transustanciación” o presencia real de Jesús en el pan y vino. La Eucaristía, el recuerdo de la última cena, se limitaba a recordar y vivir el estilo de vida de Jesús. Los cristianos primitivos eran conocidos por su estilo de vida, por cómo se comportaban con los demás y no por congregarse en templos.


Jesús no pudo dejar en herencia bienes temporales. No los poseía. Tampoco instauró un determinado rito en la Última Cena. Dejó a sus seguidores un proyecto de vida en igualdad, justicia, libertad y amor. Por ese “Reino de Dios” luchó hasta entrar en conflicto con las autoridades políticas y religiosas. El resultado, la crucifixión.”


Celso Alcaina