“El clericalismo es el pariente triste y negro del patriarcalismo, se nos ha colado como hijo bastardo en la familia eclesial.
No tenía por qué habernos entrado por la puerta lateral esa teología del sacerdocio, que imprime carácter de élite y hace seres especiales, casi mágicos, que determina que sin esos varones célibes Dios no se puede hacer presente, por ser ellos mediadores insoslayables de la gracia.
No tenían que crear tanto cuento para mantener a esta gente en los seminarios a la espera de verse transformados en casi ángeles a cambio de la entrega de su afectividad, la del eros y bastante de la otra… a la fuerza. Hasta la libertad del don por amor se les retira. Podría haber sido de otra manera, y todavía estamos a tiempo de cambiarlo. Las mujeres queremos ser parte de ese cambio, parte del remedio, queremos participar y decir al fin lo que nos parece, por el bien de todos, tanto como seamos capaces. No nos vamos a callar.
Necesitamos, urgentemente, que miles de manos sean ungidas, que miles de manos se posen sobre las cabezas de quienes han de llevar la Buena Noticia a los que sufren en pobreza, en las cárceles, en los hospitales, en los suburbios y campos de refugiados y de batalla del mundo. No ha caducado la Gracia, sino que sobreabunda. No ha muerto el amor de hermandad ni se ha apagado la pasión por el proyecto del nazareno. ¿Acaso seremos capaces de romper ese molde que fabrica dos clases de gente, el clero y la tropa de laicos… ¿Acaso seremos capaces de ser un mismo pueblo desprovisto de castas donde solo permanezca el afán de servir, cada cual donde la vida le sonría y haga falta?
Somos y seremos capaces de bendecir a espuertas a miles y millones, ya lo hemos demostrado, nos gastaremos las manos imponiéndolas. Ojalá todas y todos quieran ser discípulas a pleno rendimiento, el mundo nos necesita, hace falta nuestra voz, hace falta la justicia, hace falta la paz, el amor…
El mundo está demasiado mal para que tengamos que gastar tanta fuerza en pedir que todo el pueblo de bautizados sea igualmente acogido y aprovechado para la mies, para que tengamos que repartir el poder en diminutas parcelas hasta pulverizarlo.
Si no quieren que las mujeres prediquen, oren, celebren los sacramentos, reconcilien, consuelen y bendigan… ¡dejen de bautizarnos! Si no puedo sentarme junto al Señor a su mesa para repetir sus gestos y palabras dejen de dar la comunión a las mujeres. Quédense entre ustedes en su club selecto de caballeros ...”
Christina Moreira