“Las instituciones, todas, soportan mal la disidencia. La historia nos enseña que ese soportar mal la disidencia les ha llevado incluso a la crueldad con los disidentes. Quizá con la evolución de la humanidad, con la ilustración y la democracia, se han moderado las formas, pero la disidencia sigue molestando y, en el fondo, personas e instituciones siguen aspirando siempre a ganar por goleada o a resolver sus congresos “a la búlgara”.
No es fácil, nada fácil, sentirse en disidencia. Porque la disidencia es como una molesta piedra en el zapato de tu aprecio y cariño por personas e instituciones. No quisieras sentirla, pero ahí está. Y te obliga, además, a un doble discernimiento. Un primer discernimiento de depuración de esa disidencia, de examen de la misma: de ver hasta qué punto está contaminada de intereses particulares, soberbia, envidia o cualquier sentimiento o motivación no limpios u honestos. Un segundo discernimiento para ver qué haces con tu disidencia: si sólo te la tragas y la procesas interiormente o si, además, la manifiestas y ante quién y de qué manera. Ni el primero ni el segundo son discernimientos fáciles.
Sin embargo, y con todo, me parece que acoger esa disidencia (con su necesario discernimiento) sigue siendo un ejercicio de libertad interior, a la que no quisiera renunciar, a pesar de los costes que pueda tener, que los tiene. También creo que personas e instituciones que no teman acoger, y discernir también ellos, las disidencias que suscitan sus palabras, sus hechos, sus decisiones, serán mejores y más capaces de servicio, de no vivir centradas en sí mismas y en su propia gloria.”
Darío Mollá