lunes, 11 de noviembre de 2019

Dios, revelación de amor y libertad...



"Sólo partiendo de una crítica radical de la idolatría (y rechazando los retornos pseudo‒religiosos de un Dios del poder o del dinero) podremos hablar de una nueva revelación de Dios como buena nueva de amor y esperanza. 
La religión no ha de ser una experiencia de sometimiento a un Dios que marca su ley en nuestra carne, como si fuéramos reses de su ganadería, sino experiencia y tarea de gracia y libertad, en amor. Siendo en Jesús, el mismo Dios encarnado en la fragilidad arriesgada y por eso amorosa de la historia. 
Debemos superar así la visión del Dios omnipotente de una tradición ontológica y eclesiástica que convierte a los hombres en “siervos”, pues Dios mismo es quien vive (se encarna) en nuestra finitud.
Eso significa que un Dios de imposición y ley externa ha muerto (como decía Nietzsche), pero no por fatalidad exterior sino por gracia. Ya no creemos en un Dios que nos dirige (nos doma o domina) desde fuera, con su dictadura económica o social, eclesial, política o ideológica.  En esa línea debemos abrir un camino de libertad esperanzada al futuro de la Resurrección, que es la Comunión universal de los hombres como “hijos” de Dios. Esta superación de la dictadura “religiosa”, a la que ha estado sometida una parte de la cristiandad, y de la imposición ontológico‒política de una sociedad establecida, es el centro del proyecto de Jesucristo.
La vuelta al Dios verdadero ha de expresarse en forma de redescubrimiento del Dios que es Gracia‒Amor. Los hombres y mujeres del XXI pueden asumir su responsabilidad ante el presente y futuro de la vida. En este contexto, muchos están descubriendo que no hay un Dios que les salve de fuera (por imposición), pues sólo puede salvarle el Dios que está encarnado en ellos.
No podemos entender a Dios desde la perspectiva de una “moral retributiva”, en clave de premio y/o castigo externo.
El Dios verdadero se define como llamada a la libertad, en un gesto solidario de apuesta a favor de la libertad y de la vida.
A Jesús le mataron los representantes de la sociedad establecida, políticos y religiosos, en nombre de los dioses del imperio y del “dios” del templo, entendidos en forma de imposición social y religiosa. Ellos eran (y son) los representantes de un poder que está al servicio de sí mismo."


Xabier Pikaza