"Empiezo por una primera constatación: vivimos en un mundo donde impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y hay una pérdida de la compasión. Los progresos tecnológicos no se corresponden con el progreso en los valores morales de solidaridad, fraternidad-sororidad, justicia, igualdad y libertad, como tampoco el crecimiento económico con la liberación de la pobreza. Todo lo contrario: a mayor progreso tecnológico y crecimiento de la economía, menor solidaridad, compasión, justicia e igualdad. Las desigualdades se refuerzan a través de las diferentes y cada vez más profundas brechas que se producen hoy, entre las que cabe citar:
– la brecha económico-social entre ricos y pobres;
– la patriarcal entre hombres y mujeres;
– la colonial entre las superpotencias y la pervivencia del colonialismo;
– la ecológica, provocada por el modelo de desarrollo científico-técnico depredador de la naturaleza, que convierte al ser humano –generalmente al varón- en dueño y señor de la Tierra con derecho a usar y abusar de ella en su propio beneficio;
– la racista entre las personas nativas y las extranjeras;
– la afectivo-sexual entre heterosexualidad y LGTBIQ;
– la intelectual entre conocimientos científicos y saberes originarios, que da lugar a la injusticia cognitiva, al epistemicidio, a la herida colonial y al racismo epistemológico;
– la global entre el Norte y el Sur;
– la religiosa entre personas creyentes y no creyentes, entre sistemas de creencias hegemónicos y contra-hegemónicos, entre iglesias ricas e iglesias pobres;
Especialmente dramáticas son dos situaciones que estamos viviendo con especial severidad durante las últimas décadas. Una es la crisis ecológica, que constituye el principal desafío de la humanidad.
La segunda situación dramática es la de millones de personas migrantes, que llegan a las fronteras de los países más favorecidos huyendo de la guerra, la miseria y los regímenes dictatoriales, ponen en riesgo sus vida hasta perderlas.
Estas y otras situaciones dramáticas son razones más que suficientes para apelar a la compasión como principio, actitud y práctica en nuestro mundo desigual, que resumo en el siguiente decálogo:
1. No hay compasión sin reconocimiento de la dignidad de los seres humanos. La compasión debe traducirse en indignación por la negación de la dignidad de las personas más vulnerables, de las clases sociales explotadas, de los grupos humanos discriminados y de los pueblos oprimidos.
2. No hay compasión sin igualdad y justicia de género. La compasión implica luchar contra las desigualdades de género, etnia, cultura, religión, clase, de identidades sexuales, que sufren las mujeres.
3. No hay compasión sin cuidado de la tierra. Es necesario “cuidar la comunidad de vida con entendimiento, compasión y amor” (Carta de la Tierra).
4. No hay compasión sin defensa de los derechos humanos, pero no en abstracto, declarativamente o con un discurso falsamente universalista; no solo los derechos individuales, que el neoliberalismo reduce a uno solo: el derecho de propiedad, sino también los derechos sociales, ecológicos, los de las personas sin derechos.
5. No hay compasión sin hospitalidad con las personas refugiadas, desplazadas, migrantes que huyen de la guerra y de la pobreza y buscan condiciones de vida digna.
6. No hay compasión sin fomento de los derechos sociales y los valores comunitarios. Por eso la compasión debe combatir el individualismo, la endogamia, el corporativismo, y traducirse en solidaridad, fraternidad-sororidad, com-partir, convivir.
7. La práctica de la compasión lleva a “destronarnos del centro de nuestro mundo” y a colocar el cosmos y la vida en el centro.
8. No hay compasión sin diálogo interreligioso, intercultural, interétnico y con la naturaleza. La compasión debe llevar a dialogar con otras tradiciones culturales, religiosas, étnicas y filosóficas distintas de las nuestras, y con la naturaleza. Ninguna religión tiene el monopolio de la salvación. Ninguna cultura tiene el monopolio de la interpretación de la realidad. Ninguna filosofía tiene el monopolio de la verdad. Coincido con Raimon Panikkar en que “sin diálogo el ser humano se asfixia, las religiones se anquilosan y el mundo se colapsa”.
9. No hay compasión sin una espiritualidad liberadora. La espiritualidad es una de las dimensiones fundamentales del ser humano y constituye el alimento de la compasión; una espiritualidad que nos libere del miedo, del egoísmo, de la prepotencia.
10. No hay compasión sin práctica de la justicia a través de la participación en los movimientos sociales que luchan por Otro Mundo Posible: un mundo eco-humano, justo, igualitario y respetuoso de las diferencias."
Juan José Tamayo