“Los titulares del poder religioso se presentan como explicitadores de las doctrinas cristianas como si fueran realidades que vienen directamente de Dios sin la interferencia de las construcciones temporales y espaciales y de los intereses de los diferentes grupos. Se basan en interpretaciones dogmáticas nacidas en el pasado, haciendo que el pasado sea más importante que el presente. Someten el presente al pasado como si hubiera una voluntad divina promulgada en el pasado a la que todas las personas deben someterse acríticamente. Suelen tomar la Biblia al pie de la letra, imaginando que son capaces de leer lo que está escrito sin la interferencia de su subjetividad condicionada por la época en que viven y por sus propias peculiaridades.
Se imaginan que sus estudios de preparación sacerdotal o pastoral les autorizan a repetir como verdad inmutable lo que se propuso en otro tiempo y en otras circunstancias diferentes. Toman un texto bíblico y se atreven a interpretarlo como si una autoridad suprema señalara claramente hacia dónde debe ir la historia. De este modo, convierten la Biblia y las enseñanzas del pasado en realidades ahistóricas que mantienen a los poderes conservadores más preocupados por la letra que por la vida real de las personas. El apego a la letra les garantiza más poder que la confrontación con la realidad de la vida cotidiana ya que ésta obedece a la mutabilidad de todos los seres.
A algunos les puede parecer que las personas que critican el mundo patriarcal en su forma dogmática están difundiendo una línea de pensamiento relativista que negaría la continuidad de la tradición. Sin embargo, no recuerdan que la tradición de Jesús también negaba una tradición dogmática del uso de la ley judía, negaba la lapidación y afirmaba el perdón, negaba el hambre y afirmaba el compartir el pan. Las tradiciones son procesos históricos renovables y, para que sigan vivas y ayuden a personas concretas, necesitan ser comprendidas y ajustadas al presente. En esta línea es necesario reconocer la falta de reflexión crítica en los estudios y la práctica teológica que a menudo vive de la repetición del mismo dogma sin percibir su temporalidad.
La falta de reflexión crítica dificulta la aceptación de los signos de los tiempos. Se trata de una noción que, de hecho, no se toma en serio, ya que se eligen los signos de los tiempos que interesan y la forma en que se presentan y cómo se quiere responder a ellos, para que el poder político religioso no se escape de las mismas manos durante siglos de reproducción ideológica del mismo.
Sin duda, la falta de reflexión histórica crítica es otro obstáculo para la sinodalidad, un obstáculo que está como arraigado en la cultura patriarcal.
Escuchando y observando los signos de los tiempos nos damos cuenta de que nuestro tiempo exige una nueva comprensión del Cristianismo en cuanto a su formulación filosófica. La ética cristiana tan clara en los Evangelios no puede quedar cautiva de un sistema dogmático metafísico y patriarcal. La voz de las comunidades precisa ser escuchada. Las preguntas que se hacen los jóvenes precisan ser reflexionadas y hay que permitir que el diálogo con las diferentes culturas y religiones en un mundo plural se deje interpenetrar de manera respetuosa y convergente. Las mujeres necesitan de espacios.
Tenemos que captar las necesidades y los desafíos de nuestro tiempo para poder responder a ellos de forma plural. Las respuestas plurales nos llevan a una “caminada” con ecocéntrica inclusiva y a una posibilidad sinodal más amplia.”
Ivone Gebara