jueves, 14 de abril de 2022

Dios, ni rencoroso ni sádico…



 “A finales del siglo XI san Anselmo, obispo de Canterbury, escribió un libro titulado Cur Deus homo, (por qué Dios se hizo hombre). En síntesis, su respuesta fue que la culpa del género humano solo podía pagarla un hombre (como culpable de ella) y un Dios, a la altura del ofendido. Lo hace por tanto Jesús, hombre y Dios a la vez, que da su vida por todos.

Durante siglos esta doctrina ha marcado, para mal, la teología y la piedad del catolicismo. En primer lugar, la muerte de Jesús era lo trascendente, su vida en realidad carecía de importancia; la Semana Santa prácticamente acababa el Viernes Santo. La resurrección constituía un bonito final, pero, en realidad, era la muerte lo definitivo. Jesús nos redimió con su sacrificio y, por tanto, había que hacer sacrificios (en contra de su palabra: “misericordia quiero y no sacrificios”).


No se caía en la cuenta de que tal doctrina convertía a Dios en alguien que se siente ofendido, que exige una reparación y que ésta ha de consistir, nada menos, que en la muerte de su Hijo. Un Dios irritado, rencoroso y, en definitiva, sádico.


La creación y la encarnación no son dos procesos distintos. La segunda no es una solución de emergencia para salvar un mundo –el de los seres humanos- que no ha respondido a las expectativas puestas en él. No, creación y encarnación son dos momentos de un mismo proceso.


Jesús no ha venido como un superman sino como uno de tantos. Una vida al lado de los pobres que tenía que llevarle, inevitablemente, a la muerte.”


Carlos F. Barberá