miércoles, 5 de enero de 2022

La presencia real de Cristo…

 


“He insistido muchas veces en que el cristianismo no se cimienta ni se construye con el armazón institucional eclesial, por mucho que la jerarquía clerical lo pretenda; también en que no se plasma ni se acomoda en los cientos de miles de catedrales e iglesias que jalonan el mapamundi; y, finalmente, en que no está contenido en los libros de la Escritura y, mucho menos, en los voluminosos tratados dogmáticos y jurídicos que llenan las bibliotecas y ahorman las mentes de la mayoría de sus propagandistas y ministros.

En definitiva, el cristianismo no es ni una institución, ni un templo, ni un credo, ni ninguna otra cosa inerte, profana o sagrada, que pueda tomarse o dejarse, sino una forma de vida que sigue construyéndose hoy sobre el amor.


Los cristianos hemos exprimido y retorcido nuestra mente a la hora de definir el dogma de la Trinidad y de enclaustrar a Jesús en un trozo de pan para sujetarlo a nuestro lado y, en ocasiones, hasta hemos torturado nuestros cuerpos con rigurosas ascesis y mortificaciones cruentas para compartir sus tormentos. 

Pero creo sinceramente que es vano nuestro intento de querer compartir al pie de la letra un tormento que ocurrió hace ya tanto tiempo, mientras que nos volvemos insensibles al sufrimiento humano que abunda por doquier a nuestro alrededor.


Católicos he conocido, tan acérrimos, tan de la letra y tan ortodoxos que examinan con lupa hasta la puntuación ortográfica en la definición de un dogma, que te preguntan a bocajarro, pretendiendo medir la profundidad de tu propia fe, si crees que Jesús es Dios y que está realmente presente en la eucaristía. Si les respondes que sí, lo que no cuesta ningún esfuerzo ni físico ni mental, no hay problema. Entonces, ellos te abren sus brazos y su corazón porque eres realmente un católico de ley y un buen creyente, aunque, por ser misógino, racista, acaparador, capaz de negarle el pan y la sal a más de la mitad de la humanidad, seas un vulgar anticristo que, ufano, se pasea de incógnito por la calle.”


Ramón Hernández Martín