“Por muy demoledores que sean las conclusiones del informe Sauvé acerca de los abusos sexuales sobre menores en la Iglesia de Francia, lo más demoledor es el diagnóstico que hace, y lo enuncia con un término contundente: SISTÉMICO.
Se trata de un mal sistémico, una pandemia que se deriva, como de modo inevitable, del sistema mismo sobre el que se sostiene la vieja y actual institución eclesial. Quien quiera entender que entienda, y que nadie se equivoque de tratamiento.
No son episodios, anécdotas puntuales, diluidas e insignificantes dentro de la incontable masa de clérigos y religiosos De la Iglesia católica.
Los abusos sexuales eclesiásticos son sistémicos. Ahí están las cifras. La pedofilia clerical y religiosa se sitúa solo por detrás de la que tiene lugar en la esfera familiar y en el entorno de amistades. Y por delante de todos los demás ámbitos sociales: deporte, educación, ocio… Y cualquiera puede adivinar que las cifras del Informe se quedan muy cortas, pues solo recoge los casos que cuentan con testimonio personal directo.
Y estremece preguntarse hasta dónde llegarían las cifras si todos los países, empezando por los más católicos –o por esta misma España de ayer y de hoy todavía–, investigaran los hechos como en Francia.
El problema es sistémico. Los sujetos de los abusos son individuos, pero el origen de su conducta es el sistema eclesiástico. Es malsana y maligna, por no decir perversa, la antropología maniquea de la sexualidad: la condena de toda relación sexual como pecaminosa salvo dentro del matrimonio canónico, el tabú y la diabolización del placer, la exaltación de la castidad, el celibato obligatorio, la culpabilidad obsesiva, el deseo reprimido, la sublimación frustrada que busca su compensación en la autoridad sobre almas y cuerpos, tan manifiesta en los abusos sexuales.
Es malsano el sistema clerical: el celibato obligatorio, la sacralización del estado, la exclusión de la mujer, la profunda homofobia tan característica de los clérigos homosexuales.
Es necesario que el sistema, sus raíces y soportes teológicos y canónicos, se transfiguren por entero con su Derecho Canónico, su modelo clerical de Iglesia y toda su teología y su antropología patriarcal y maniquea.
Y que la Iglesia sea –no digo vuelva a ser– lo que Jesús soñó para aquel movimiento galileo sin fronteras ni tabús ni sistemas de poder. Y que, despreocupada de sí y de sus dogmas y cánones, se dedique en cuerpo y alma a lo más urgente y necesario: el respeto, el cuidado y la curación de todos los heridos, la santidad o la salud o la salvación de la vida en la Tierra.”
José Arregi