“En Jesús, todos y todas, recibimos la plena justicia del Reino. La exclusión no viene por Él, sino de los varones del sistema patriarcal que, más que atender al Evangelio, comienzan a mirar más los intereses de poder, dominio y control, que la posibilidad de expansión del Reino por medio de las mujeres.
Cuando comienza la institucionalización de la Iglesia, para los hombres pronto se hace intolerable que la mujer tenga la misma posibilidad de palabra, puesto y acción que ellos. Así, durante el siglo segundo, se inicia una nueva discriminación y exclusión.
Hombre y mujer somos humanidad de Cristo. Y llevamos siglos y milenios, sometidas las mujeres a esta discriminación mantenida por las leyes y jerarquía eclesiástica. Esto no es de Jesús, no del Evangelio, no es de Dios. Ser humanidad nueva, es fomentar la integración de todos, no ser excluyentes. La vida del Reino que Jesús ha venido a implantar es misericordia y justicia.
Hemos de tener la valentía de eliminar toda forma de dominación sobre las demás personas. Sobre las mujeres en la Iglesia, esto es una tarea que la jerarquía eclesiástica debe afrontar con inmediatez. Y ya no lo vamos a callar. Es un pecado que todavía no han reconocido. Las mujeres deben, como los hombres, no solo ocupar puestos de responsabilidad, sino también acceder a la posibilidad de diaconado y presbiterado, ya que se ha demostrado que no hay razones teológicas para no ejercer este servicio, como uno más dentro de la Iglesia.”
Ana Seguí, OCD