sábado, 14 de agosto de 2021

Sumergirse en Dios…


 “Es posible aún creer en Dios en un mundo que manipula a Dios para atender a intereses perversos del poder? Sí, es posible, a condición de que seamos ateos de muchas imágenes de Dios que entran en conflicto con el Dios de la experiencia de los practicantes religiosos sinceros y consecuentes y de los puros de corazón.

Entonces la cuestión hoy es: ¿Cómo hablar de Dios, sin pasar por la religión? Pero podemos hablar secularmente de Dios sin mencionar su nombre. Como bien decía el gran profeta ya fallecido, don Casaldáliga: si un opresor dice Dios, yo le digo justicia, paz y amor, pues estos son los verdaderos nombres de Dios que él niega. Si el opresor dice justicia, paz y amor, yo le digo Dios, pues su justicia, paz y amor son falsos.


Podemos hablar secularmente de Dios a partir de un fenómeno humano que, analizado, remite a la experiencia de aquello que llamamos Dios. Pienso en el entusiasmo. Entusiasmo significa, pues, tener un Dios dentro, ser tomado por una Energía singular que nos hace luchar por la vida, por los derechos y por los empobrecidos. 


El entusiasmo es eso, el Dios interior. Viviendo el entusiasmo, en este sentido radical, estamos vivenciando la realidad de aquello que llamamos Dios. Esta representación es aceptable porque Dios se ha vuelto íntimo y dentro de nosotros, aunque también siempre más allá de nosotros. Bien decía Rumi, el mayor místico del Islam: “Quien ama a Dios, no tiene ninguna religión, a no ser Dios mismo”. Dios mismo no tiene religión.


En estos tiempos de idolatría oficial hay que recuperar este sentido originario y existencial de Dios. Su nombre es amor, es justicia, es solidaridad, es gratuidad, es tener compasión e infinita misericordia. Quien vive en esta atmósfera de valores, está sumergido en Dios. Somos habitados por el Dios interior a través del entusiasmo que da sentido a nuestras luchas. 


Sin pronunciar su nombre, lo acogemos reverentemente como entusiasmo que nos hace vivir y nos permite la alegre celebración de la vida.”


Leonardo Boff