“Redactando mis “Memorias” he caído en la cuenta de que, desde hace muchos siglos y sin ver la importancia que tiene este asunto, la pura verdad es que, en los países reconocidos como cristianos, está más presente y es más determinante la Religión que el Evangelio.
No exagero. Ni saco las cosas de quicio. El problema está en que mucha gente no puede ni pensar en esto. Por la sencilla razón de que, para esa gente (que es mucha, muchísima…), Religión y Evangelio son dos palabras y dos hechos, que se refieren a lo mismo.
A fin de cuentas, para quienes piensan así, el Evangelio es uno de los elementos de la Religión.Por eso, en el acto religioso más importante (la misa), la gente que asiste a ese acto, cuando se lee el Evangelio, se pone de pie. Según los sacerdotes de la Religión, el Evangelio es el hecho litúrgico que merece más respeto.
Pero ocurre que, quienes ven así las cosas de la Iglesia, no se dan cuenta de la enorme contradicción que existe en todo esto. ¿Qué contradicción? Pues muy sencillo: el Evangelio (o los cuatro Evangelios) es una recopilación de breves relatos en los que el argumento central y determinante es un enfrentamiento, que termina en conflicto. Un conflicto mortal. El conflicto de Jesús (centro y eje del Evangelio) con la Religión.
En efecto, si con alguien se enfrentó Jesús de Nazaret, fue precisamente con los “hombres de la Religión” y sus instituciones: el templo, los sacerdotes, los ritos, las leyes litúrgicas, los fariseos, fieles observantes de la normativa religiosa.
Religión y Evangelio generan intereses opuestos. La Religión atrae “capital” y “poder”, mientras que el Evangelio se identifica con el sufrimiento de “pobres” y “enfermos”.
Por eso, la tarea urgente de la Iglesia, en este momento, consiste en darse cuanta de que el mayor disparate, que ha cometido en su larga historia, ha sido fundir y confundir el Evangelio con la Religión.”
José Mª Castillo