“La religión ha desempeñado en esta tragedia ( pandemia) un papel secundario e insignificante, distraída en salvar sus propias condiciones de existencia, como la defensa de la libertad religiosa y de culto. ¿Qué diríamos de los habitantes de un cabaña encendida, se preguntaba Bertol Brecht, cuando ante el incendio se preocupan con la composición del agua?
La pandemia reclama a los actores religiosos que impregnen y cimenten el sujeto colectivo a través de la proximidad, de la cercanía, de la empatía con los sufrientes y de un alto grado de ejemplaridad. Y sobre todo anuncien la máxima pretensión del cristianismo: si no hay justicia par los muertos, nunca la habrá con los vivos.
Hubo una parte de la Iglesia, que ha estado centrada y preocupada en la defensa de sus muros insistiendo en la libertad religiosa y de culto por encima del derecho a la salud. Otra parte de la Iglesia se ha sentido igualmente golpeada por la pandemia; se han sentido vulnerados en sus vidas, en sus templos, en sus rituales; en la pandemia se han superado los muros y diluido los espacios sagrados y los profanos.
Pero también en ella ha habido héroes anónimos, que no han coincidido con los que llevaban custodias por las calles, ni exorcismos, ni proclamas apocalípticas.
Las iglesias no sólo deben someterse al principio de igualdad, sino al principio de ejemplaridad. Si los expertos aconsejan no sobrepasar una determinada ocupación del templo par evitar contagios, los cristianos estamos dispuestos a ser más exigentes porque Dios ama la vida más que la ley o el templo.
En la pandemia se ha evidenciado, que fuera del templo y de los rituales litúrgicos hay sacralidad.”
Ximo García Roca