domingo, 28 de marzo de 2021

Un esquema falseado de la Semana Santa...


 “Popularmente, el cristianismo es visto como la "religión de la cruz". Lo que era uno de los elementos de tortura más temidos, en el que fue ejecutado Jesús, se habría de convertir en el símbolo por excelencia de sus seguidores.

Asumirlo como símbolo implicaba un grave riesgo. Porque si bien es cierto que la cruz podría verse como signo de una vida fiel que no retrocede ni ante la peor de las muertes (incluso como signo de solidaridad con todos los eliminados por el poder injusto y cruel), no lo es menos que podría dar pie a una lectura dolorista de la muerte de Jesús, enalteciendo el sufrimiento y contaminando la misma imagen de Dios.


De acuerdo con esa lectura, Dios habría querido la cruz de Jesús como "precio" a pagar por el pecado de nuestros primeros padres. El propio Jesús se habría sometido voluntariamente a ello, y eso mismo lo habría convertido en nuestro "redentor": redimidos o rescatados por su sangre.


En la simplicidad de ese esquema encontramos algunos elementos anudados de una manera peligrosa: pecado (culpa/castigo/el dolor como expiación) una "justicia divina" que exige expiación... 


Al hacerlo, la imagen de Dios quedó falseada hasta el extremo blasfemo de presentarlo como un ser rencoroso, cuya "justicia" únicamente podría quedar reparada por el sacrificio cruento de una víctima infinita: su propio Hijo.


La vida, la práctica y el propio mensaje de Jesús quedaron también oscurecidos por aquel esquema. De hecho, su modo de vivir importaba poco, comparado con el sacrificio de la cruz, que era realmente la misión de su vida: padecer y morir para salvarnos.


El propio creyente llegaría a verse abrumado por la culpabilidad de la muerte de Jesús, que se decía debida a sus pecados, y abocado a una reparación en la que el dolor ocupaba el lugar más destacado. Es decir, si Dios mismo había elegido la cruz y si Jesús la había vivido como el medio idóneo para salvarnos, parecía evidente que el dolor tenía, por sí mismo, un valor indiscutible. La cruz significaba, en la práctica, la entronización del dolorismo.


Todo ello parece estar detrás de las devociones que han surgido en torno a la cruz; la forma como se ha celebrado la Semana Santa; la relevancia de la cruz frente a la fe en la resurrección; la práctica de “exaltaciones" dolorosas...


Frente a todos esas lecturas de la cruz, que no son evangélicas, me parece importante "rescatar" el núcleo del mensaje del evangelio en este punto, así como plantear adecuadamente el tema del dolor y del sufrimiento.


Por lo que se refiere al hecho de la cruz, parece claro que ni Dios ni Jesús la quisieron. Sólo la quiso el poder arbitrario (religioso y político), que buscaba eliminar al maestro de Nazaret.


El poder tiende a acabar con aquellas personas que lo cuestionan: así fue en el pasado y así sigue siendo ahora (aunque los métodos se hayan modificado).

La cruz de Jesús, por tanto, se explica desde la arbitrariedad del poder. Ni Dios ama el dolor de sus hijos, ni Jesús era masoquista. Lo único que salva y que construye es el amor... 


En toda la naturaleza, el dolor es una realidad inevitable y nuestra mente es incapaz de comprenderlo. Pero si el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Y es consecuencia de nuestra actitud errónea ante el dolor. Mientras que el primero duele, pero no hace daño, este segundo enrarece y envenena nuestra vida. Se trata, por tanto, de afrontar el dolor y de evitar el sufrimiento. 


Para el creyente en Jesús, la cruz es fuente de confianza: porque remite a la Vida que no muere (resurrección) y porque aprende del propio Jesús esa actitud confiada, que sabe abandonarse en el Misterio, incluso cuando no entiende nada.


Esa Presencia que es (y que somos) nos libera de la identificación con el dolor, a la vez que nos "baña" de Luz, de Amor y de Plenitud. 


A esa Presencia las religiones la han llamado "Dios". Y, con frecuencia, se han dirigido a él como si de un ser separado se tratara. Pero el Espíritu parece conducirnos a reconocernos en Él en todo, sin ninguna separación, y percibirnos "conectados" a Él en todo momento.


Esa es la fuente de la paz.”


Enrique Martínez Lozano