“También necesitamos cuidar nuestra teología, pues somos seres hablantes y necesitamos decir la espiritualidad evangélica en un lenguaje que sea razonable para nosotros mismos y para la gente con la que queremos compartir lo que vivimos.
Muchos cristianos se sienten incómodos en el paradigma tradicional: la materia contrapuesta al espíritu, el ser humano como centro y corona de la creación, Dios como Ente Personal Supremo, milagros y dogmas, pecado y perdón, cielo e infierno…
Y doblemente incómodos porque carecen todavía de un lenguaje o de un paradigma teológico alternativo, coherente con su visión del mundo.
Vivimos en un mundo muy distinto no solo del mundo antiguo sino también del llamado mundo moderno. No nos vale “la teología de siempre” ni siquiera la teología del Concilio Vaticano II, anclado todavía en lo antiguo y solo tímidamente abierto a lo moderno.
La revolución cultural exige una revolución teológica. Ninguna creencia ni religión –incluido el cristianismo– es esencial para la espiritualidad, como no lo fue para Buda ni para Jesús. Pero necesitamos un lenguaje razonable para decir el Espíritu que recrea el mundo y nos recrea sin cesar.
Necesitamos una teología coherente con nuestra cosmovisión: una imagen de Dios más allá de la imagen teísta, personalista, antropomórfica; una cristología espiritual, cósmica y pluralista más allá de la simple identificación entre la particularidad de Jesús y la universalidad del Cristo o del Espíritu; una Iglesia democrática más allá del modelo patriarcal clerical; una espiritualidad evangélica más allá de todo sistema religioso de creencia, ritos y códigos.
Para muchos cristianos y para todas las Iglesias, el cuidado de sí y de las grandes causas requiere la libertad evangélica para ensayar una nueva teología realmente ecoliberadora. Es un gran reto personal y eclesial de hoy.”
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