“La espiritualidad puede servir para lo mejor y para lo peor: para despertar o para adormecer, para regenerar o para degenerar, para ensanchar o para encoger, para abrir o para cerrar, para consolar o para angustiar, para hacernos más libres y generosos o más cobardes y codiciosos, para volvernos más reverentes y comprometidos o más indiferentes e inhibidos, para cambiarnos en más buenos y felices o para hacernos buenos sin hacernos felices o bien felices sin hacernos buenos.
En una palabra, también la espiritualidad puede humanizar o deshumanizar.
La espiritualidad nos urge, sí, pero no una espiritualidad que sea un espiritualismo etéreo o un gnosticismo esotérico o un narcisismo piadoso o un misticismo descomprometido.
Nos urge una espiritualidad que nos dé una mirada más honda, un corazón más sensible, una memoria más viva, una actitud más solidaria. Nos urge una espiritualidad que nos haga más reverentes y comprometidos con la realidad, con nosotros mismos, con todas los seres, y muy en particular con los derrotados de la historia y los olvidados del sistema.”
Jeff Foster