“El equívoco fundamental ligado a la religión y el origen de los peores abusos por parte de las instituciones religiosas es la identificación de la religión con creencias. Es también uno de los motivos fundamentales del malestar actual de muchos creyentes. Hoy estamos asistiendo a un auténtico desmoronamiento (o, cuando menos, a una profunda transformación) de los sistemas tradicionales de creencias religiosas.
Los cristianos hablamos a menudo de “fe”, de “creer”, de “creyente”. Pero ¿qué es la fe? Es preciso afirmarlo con nitidez y decisión: las creencias, los ritos y todas las formas de expresión y de organización no son lo sustancial de la fe religiosa, de ninguna fe religiosa. “Creer” sólo se cree en Dios y “creer en Dios” no equivale a “creer que” Dios ha dicho o ha hecho o hará tal o cual cosa. El contenido de la “revelación” nunca equivale a determinadas “verdades” teológicas, morales o disciplinares. La revelación propiamente dicha no se refiere a determinadas ideas o imágenes acerca de “Dios”, del mundo o del más allá.
Creer no es tener convicciones religiosas. No es tener por ciertas las afirmaciones del Credo. No es asentir a verdades de fe.Lo específico y más constitutivo de la fe religiosa no es del orden de las ideas, de los objetos de saber: es del orden de la confianza vital, de la adhesión cordial. “Creer” no es “creer que” “, sino “creer en Dios”.
Creer es poner la propia fuerza en Dios, encontrar apoyo en él en medio de las contradicciones de la vida, estar seguro con él, apoyarse en él, y vivir de acuerdo con esa confianza.
“Creer” es, en definitiva, amar la realidad a fondo, confiar en el fondo de la realidad e implicarse a fondo en la realización de esa confianza universal y solidaria. En eso consiste la fe. En eso consiste la espiritualidad. Y no excluye, sino que conlleva necesariamente y ayuda a sobrellevar la duda, el interrogante y la fragilidad.”
José Arregi