martes, 1 de septiembre de 2020

Los virus de la iglesia...




 “Hace mucho tiempo que algunos están, estamos, alertando de la falta de presencialidad en la iglesia, sobre todo de jóvenes, que es un síntoma evidente de una herida interior que está produciendo una  hemorragia constante. Una herida que acabará siendo metástasis si no ponemos a tiempo algunos torniquetes de primeros auxilios. El día que tampoco las mujeres se hagan presenciales (con tantos motivos como tienen para ello) habrá que cerrar los quioscos espirituales por falta de quórum. Sería muy triste porque el evangelio es de una  riqueza inconmensurable.


Pero la culpa de la falta de presencialidad en la iglesia no la tiene el Covid-19, ni mucho menos. Hay un virus mucho más letal que va matando lentamente  a la comunidad cristiana, ya, en gran parte, internada en la UCI. Es el virus de la superficialidad, la incoherencia y la lejanía del Evangelio. El virus del clericalismo, enquistado en la espiritualidad del agua bendita y las jaculatorias, pero muy distante realmente de los pobres y de la comunidad. 


Hay mucho virus letal suelto por los pasillos y palacios de la iglesia que no se cura lavándose las manos y guardando distancias de seguridad. Un virus que etiqueta, excluye  y mata a fuerza de señalar con el dedo, y de corrupción y crimen como en el caso de la pederastia.


Si a todo esto añadimos que ya se nota que algunos cardenales se están posicionando en la carrera de salida para un futuro cónclave, que deseamos lejano, y están sembrando la sospecha y la división entre los fieles, el virus, lejos de debilitarse, está cogiendo fuerza y la curva irá creciendo de forma descontrolada. 


Cuando, además, llegamos a saber por los periodistas que algunos, como el ex obispo estadounidense Michael J. Bransfiel, acusado de abusos a jóvenes sacerdotes, viajaba en limosinas y organizaba peregrinaciones a 190 dólares por persona, para obtener generosos beneficios, nos sentimos en una barca azotada por la tempestad...”


Alejandro Fernández Barrajón