“La Iglesia se interesa más y se preocupa más por el “sometimiento a la religión” que por el “seguimiento de Jesús”. Creo que, sin miedo a exagerar, se puede afirmar que en la Iglesia preocupa más el esplendor de la religión que la fidelidad al seguimiento de Jesús.
El “sometimiento a la religión” dio resultado y fue eficaz hasta finales del s. XV. A partir del Renacimiento, la Reforma (s. XVI), la Ilustración (ss. XVII-XVIII), la Resistencia y la Restauración (s. XIX), la industrialización y la violencia (dos guerras mundiales), que marcaron el s. XX, y finalmente la Modernidad y la Posmodernidad, todos estos grandes fenómenos históricos y culturales, han hecho que la religión nos sirva para creer en El Dios falsificado (Thomas Ruster). Un “Dios falso”, que ha llevado al mundo más avanzado al abandono de la religión.
Fue Jesús de Nazaret, el “personaje-centro” y central del Evangelio, quien se dio cuenta de que la “religión” del templo y de los sacerdotes, de los dogmas y de las normas, de los rituales y las observancias, del poder y del dinero, no responde a lo que necesita el ser humano como tal.
Lo que encontramos en el Evangelio es que la forma de vivir y de actuar de Jesús fue una vida marcada por una profunda espiritualidad y una constante preocupación por el sufrimiento humano.
Por eso Jesús no quiso templo. No quiso sacerdotes. No quiso rituales. No quiso ceremonias sagradas. No quiso obediencia y sometimiento de nadie a él. No mencionó para nada la división y la diferencia entre lo sagrado y lo profano. No habló nunca de orden ni de ordenación. Intencionadamente curó a los enfermos cuando la religión prohibía curarlos. Rechazó con firmeza la observancia de rituales religiosos. Andaba frecuentemente con “malas compañías” (los pecadores, los samaritanos, los recaudadores de impuestos…). Puso sus preferencias en los débiles...
Lo que hace el Evangelio es dejar a Dios ser Dios, en cada ser humano”.
José Mª Castillo