“Durante siglos, la gran mayoría de los cristianos no tenía acceso al texto del evangelio (en tiempos de Santa Teresa de Jesús, la Inquisición quemaba ejemplares de la Biblia en hogueras públicas). Su formación religiosa provenía directamente del "catecismo oficial", a través de la familia, de las devociones populares y de las prácticas litúrgicas.
Incluso más recientemente, cuando la Biblia empezó a ser accesible al pueblo, antes de acercarse a ella, los fieles habían recibido ya la "doctrina", tal como la proponía el catecismo.
¿Qué ha significado esto, en concreto? Algo muy simple, pero de profundas consecuencias. Con frecuencia el frescor, la novedad y la fuerza del evangelio quedaron ocultos bajo un cúmulo de conceptos religiosos que se presentaban como la verdad absoluta.
Cuando alguien se acerca al evangelio después de tal adoctrinamiento, es prácticamente imposible leerlo limpiamente, porque la enseñanza recibida hace de filtro que, inadvertida pero eficazmente, condiciona la lectura.
Pongamos sólo un ejemplo, aunque parezca anecdótico. De niño, estudié en el catecismo que "Dios premia a los buenos y castiga a los malos". Me lo creí completamente, porque me lo decía el sacerdote en nombre de Dios... y porque parecía que era lo "justo" (mis padres y mis maestros pensaban lo mismo: premiar al bueno y castigar al malo).
La religión había falsificado el evangelio y había anulado la novedad subversiva de Jesús..., hasta que el evangelio la desenmascaró.
En el Evangelio no encontramos "doctrina". De hecho, Jesús no fue un teólogo (al contrario, los teólogos oficiales fueron sus grandes adversarios), sino un hombre íntegro y coherente que vivió lo que enseñaba.
El catecismo, por el contrario, ha priorizado los contenidos mentales, convirtiendo la fe en una especie de adhesión mental a unas "verdades" religiosas. Al hacer así, la práctica de Jesús podía quedar en el olvido, sin que ello se echase en falta.
En caricatura –aunque no muy alejada de la realidad-, podría expresarse de este modo: la religión sustituyó al evangelio. Esto no es reciente, sino que empezó ya con el "primer teólogo" cristiano, Pablo de Tarso, quien construyó toda su teología sin hacer ninguna referencia a la historia de Jesús. De ese modo, el cristianismo se convertiría en una "religión universal", pero a costa de un precio muy elevado.
La religión suplanta al evangelio siempre que damos prioridad a nuestros conceptos religiosos (generalmente, nacidos de la proyección que la mente humana hace de la divinidad, según cada cultura y cada etapa histórica) por encima de lo que vemos en Jesús de Nazaret. Con el agravante de que, a continuación, el propio evangelio es leído a la luz de la religión, con lo cual se desactiva, "religiosamente", su novedad.
¿Comprendemos ahora por qué podemos ser personas muy religiosas pero no cristianas, aunque estemos bautizados dentro de la Iglesia?
Por fidelidad a Jesús, me parece necesario reconocer que "religión" y "evangelio" se descolocan mutuamente: la primera oscurece al segundo, y el segundo desnuda a la primera. Esto no significa abolir la religión, pero es una llamada a la lucidez, para que aquélla se "subordine" al evangelio.
Y es que, a quienes han sido formados en un catecismo "estricto", el evangelio tiene que sonarles herético (como le sonaba a la autoridad religiosa judía que, en nombre de la religión, condenó a Jesús)].
Una de las "novedades" de la propuesta de Jesús (que las religiones no podrán aceptar) es que existe un camino para llegar a Dios que no pasa por el templo.
En el cuarto evangelio se afirma esto de un modo explícito.
Jesús trasciende definitivamente la religión. Jesús vive en cada ser humano, no separado de ninguno de ellos. Por eso, en su propuesta podemos encontrarnos todos, seamos religiosos o no. Él pone palabras a lo que dice el corazón humano.”
Enrique Martínez Lozano