miércoles, 9 de septiembre de 2020

La vida es el templo...


 

“La novedad de Jesús (tal como se pone de relieve en sus parábolas) consiste en afirmar que existe un camino para encontrar a Dios que no pasa por el templo. De ese modo, se supera definitivamente aquel dualismo y se reconoce la vida como lugar de la Presencia.


Nos invita a vivir el encuentro con Dios en el centro de nuestra persona y de la vida misma. Y Jesús nos hace de "espejo" para ver lo que es una vida vivida de ese modo: una existencia marcada por el amor compasivo y la resurrección gozosa.


Ahí es donde vamos a encontrar con certeza a Dios; ahí radica el "secreto" del vivir humano: en el amor y en el gozo.


La superación del templo significa la superación de la religión. No en el sentido de que haya que dejarla de lado –tanto la religión como el templo pueden ser medios valiosos para no pocas personas-, sino en el de no absolutizarla. La absolutización de la religión ha provocado demasiado enfrentamiento y sufrimiento entre los humanos.


Un síntoma claro de haber absolutizado la propia religión es la crispación con la que se defiende. La crispación religiosa (que va de la mano de la descalificación del otro y del fanatismo) no revela otra cosa que ignorancia e inseguridad. Y, como suele ocurrir, se convierte en el antídoto más eficaz contra la presunción de verdad de la creencia de quien así descalifica: ¿quién querría ser "creyente" de una fe o de una religión que descalifica o ataca con tanta virulencia?


La causa última del fanatismo religioso, sin embargo, hay que buscarla en el psiquismo y, en concreto, en lo insoportable que, para algunas personas, resulta el sentimiento de inseguridad. A mayor inseguridad, más necesidad de absolutizar las propias creencias, como medio de no sentirse cuestionados. Y lo harán incluso en nombre de Dios y de sus "derechos", de los que se consideran verdaderos conocedores y ardientes defensores.”


Enrique Martinez Lozano