“El término “fundamentalista” tiende a aplicarse a creyentes de las distintas religiones, sobre todo a los judíos ultra-ortodoxos, a los musulmanes integristas y a los cristianos tradicionalistas. Pero también debe extenderse a las personas creyentes de otras tradiciones religiosas como el budismo, el hinduismo y en no pocos de los llamados “nuevos movimientos religiosos”.
Todos los fundamentalismos religiosos poseen características comunes: ausencia de hermenéutica y lectura literal de los textos sagrados: imagen patriarcal de Dios en las religiones monoteístas; afirmación de la inferioridad de las mujeres y, a veces, justificación de la violencia contra ellas en base a los textos sagrados; consideración de la masculinidad como referente de lo humano y de los valores morales; justificación de la violencia contra las personas no creyentes, las creyentes de otras religiones y las disidentes de la misma religión, una violencia que dice ejercerse en nombre de Dios; condena de la modernidad y del pluralismo inherente a ella; absolutización de la tradición, considerada norma de vida; imposición del pensamiento único; absolutización de las autoridades religiosas que actúan como representantes únicas de la divinidad y se convierten en “masculinidades sagradas”; interpretación religiosa de la realidad, generalmente pesimista y catastrofistas.
Todos los fundamentalismos tienen rasgos comunes que los hacen enseguida reconocibles. He aquí algunos: absolutización de lo relativo, que desemboca en idolatría; universalización de lo local, que desemboca en imperialismo; generalización de lo particular, que desemboca en pseudo-ciencia; elevación de lo opinable a verdad absoluta, que desemboca en dogmatismo; simplificación de lo complejo, cuyo género literario es el catecismo; eternización de la temporal, que desemboca en teología perenne; reducción de lo múltiple a lo uno, que desemboca en verdad única; sacralización de lo profano, que desemboca en confesionalización.”
Juan José Tamayo